El peligro del colectivismo es pensar que todos somos meros números, regirnos por las matemáticas y no por la sabiduría y el amor. En “Un mundo feliz” de Huxley se pretende crear humanos en tubos de ensayo para evitar errores, eliminando genes indeseados con el fin de perfeccionar la especie humana, es decir, busca la paridad del género humano; todos iguales, todos felices. Gracias a Dios, escribe Juan Luis Selma, nosotros hemos nacido en el seno de una familia, allí nos han tratado como seres queridos, con nombre propio, con nuestras originalidades.
Es muy bueno contar con las diferencias, manifiesta Selma, convivir con gente que no piensa igual ni tiene los mismos gustos. Esta variedad enriquece. Ninguno de nosotros puede pensar que es el prototipo, el molde perfecto. Dios, en su infinita sabiduría nos ha hecho muy diversos. Ha creado a la mujer y al varón complementarios, unos más fuertes, otros más listos, un collage espléndido de colores. Nadie está de sobra en este mundo, todos lo enriquecemos.
Es curioso que se hable de respeto a las minorías, de derechos y luego se quiere formar y educar según el férreo molde de la ideología imperante. Que todos salgan pensando lo mismo, haciendo lo mismo. Un caso paradigmático fue el de la Hermanitas de los Pobres a las que Barack Obama quería obligar a repartir anticonceptivos en sus instalaciones. Dentro de poco querrán que apliquen la eutanasia. Mark Rienzi decía al respecto que “no necesitan monjas para distribuir anticonceptivos; sí iniciativas religiosas para cuidar a los ancianos, sanar a los enfermos y alimentar a los hambrientos”.
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