Los elogios excesivos, cuando son unánimes y escoltan toda una carrera, pueden esterilizar a un artista mucho más que la ducha de agua fría que corresponde a la realidad de la vida. En eso debía estar pensando Jean Paulhan cuando escribió que “los varapalos conservan al autor mejor que el licor las guindas”. El director de cine francés François Truffaut dice que “hasta la muerte el artista duda de sí, en su interior, aunque sus contemporáneos lo cubran de elogios. Buscando protegerse de los ataques o, simplemente, de la indiferencia ¿se defiende a sí mismo o a su obra, a la que considera como un hijo suyo en peligro?” Marcel Proust tiene una respuesta para esta pregunta: “Tengo tal impresión de que una obra es algo que, salido de nosotros mismos, vale mucho más que nosotros, que me parece natural desvivirse por ella, como un padre por su hijo. Pero esta idea no me autoriza a hablar a los demás de algo que quizás sólo me interesa a mí”.
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