La inseguridad vuelve a ser un ingrediente activo de la vida política en las democracias occidentales. La inseguridad causada por el terrorismo, desde luego, pero también, de forma más insidiosa, el temor a la velocidad incontrolable del cambio, el temor al paro, el temor a perder terreno frente a otros en una distribución de recursos cada vez más desigual, el temor a perder el control de las circunstancias y rutinas de nuestra vida diaria. Y, quizá sobre todo, el temor de que no es sólo que nosotros no podemos dirigir nuestras vidas, sino que quienes ostentan el poder también han perdido el control, que ahora está en manos de fuerzas que se encuentran fuera de su alcance.
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