Pronto surgió en el islam el conflicto entre el principio moral de hacer la guerra y el de llevarla a la práctica. “Mahoma, dice el historiador británico John Keegan, a diferencia de Cristo, era partidario de la violencia; llevaba armas, fue herido en una batalla y predicaba la guerra santa, la yihad, contra quienes desafiaban la voluntad de Dios que le había sido revelada. Sus sucesores consideraban que el mundo se dividía en la Dar al-Islam, la Casa de la Sumisión a las enseñanzas de Mahoma recogidas en el Corán; y la Dar al-Harb, la Casa de la Guerra, que eran las partes que faltaban por conquistar. Las primeras conquistas árabes del siglo VII ampliaron las fronteras de la Dar al-Islam a través de grandes oleadas, de manera que en el año 700 todo lo que hoy es Arabia, Siria, Irak, Egipto y el norte de África estaba en su poder. A partir de entonces, el proceso de la yihad fue más difícil y problemático; los primitivos conquistadores árabes eran poco numerosos e insuficientes para mantener la intensidad del ritmo original de conquista, y en la victoria se mostraron también proclives a la debilidad del común de los mortales, disfrutando del triunfo en paz pero dispuestos a disputarse la sucesión de la jefatura. La jefatura la encarnaba un califa o sucesor de Mahoma, y los primeros califas crearon un medio para satisfacer las reivindicaciones de los excombatientes, que deseaban vivir cómodamente sin guerra, el diwan que era una pensión para los guerreros árabes, financiada con los frutos de la conquista”.
El islam prohibe que un musulmán combata contra otro musulmán. La guerra para los musulmanes solo puede ser la yihad, la guerra santa contra quienes no se someten a la fe revelada, pues la guerra entre los que se han sometido es sacrilegio.
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