En la revolución jemer roja, ese gran cuerpo que constituye el pueblo debe estar unido, cohesionado, ser homogéneo, que cada individuo sea irreconocible. Para ello el pueblo debe ser expurgado de sus enemigos imperialistas. Sin embargo, el combate es infinito contra el otro oculto en uno mismo. Los “técnicos de la revolución” definen así, en el seno del pueblo, otro pueblo, ese “nuevo pueblo” es un cuerpo molesto. De hecho, se trata de un cuerpo extraño. El pueblo convertido en su propio enemigo. Sólo queda amputar ese miembro. La invención, en su seno, de un grupo humano considerado diferente, peligroso, tóxico, al que conviene destruir, ¿no es la pura definición del genocidio? Las uniones organizadas por los jemeres rojos hacen gala de esa misma obsesión. El consentimiento individual no existía. Un hombre y una mujer no tenían nada que consentir. Era el Angkar quien elegía, pues la única pasión era la revolucionaria. Aparear a los seres no significa únicamente conocer su historia y organizarles la vida, sino también mantenerlos dentro del círculo. Significa asegurar su pureza y la de las generaciones venideras.
Algunas familias de las minorías del norte, al comprender que la llegada de los jemeres rojos suponía su fin, decidieron adentrarse en la jungla impenetrable en la que ni siquiera los revolucionarios se aventuraban. Vivieron ocultos, olvidados por todos. Aprendieron a sobrevivir sin nada, a pesar de los animales salvajes, las serpientes y las arañas, a pesar del clima y de la humedad. Cultivaron cuanto pudieron, cazaron, comieron cortezas, raíces y pescado. Se curaron. Se casaron. Tuvieron hijos. Por supuesto, vivieron sin electricidad, sin agua potable, sin médicos, sin papel, sin libros. Cuando su ropa estuvo ya demasiado vieja, se
confeccionaron otra con hojas y lianas. En 2009, uno de ellos se aventuró fuera de la jungla y se acercó a un pueblo. Se quedó estupefacto al descubrir que los jemeres rojos se habían ido. Todos abandonaron su campamento. Según las últimas noticias, han construido casas en ese pueblo y tratan de acostumbrarse a nuestro mundo. No es fácil, con la modernidad, sus cosas extrañas, sus bellezas, sus locuras, y deben aprender también de nuevo qué son las leyes, la propiedad, el dinero. Han vivido en un mundo duro pero igualitario, una perfección a la manera de Rousseau. En la actualidad, enferman a menudo, a pesar de haber sobrevivido treinta años en la jungla.
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