A fines del siglo IV, el Imperio de Occidente era un armazón hueco que sucumbió paulatinamente bajo su propio peso. El profesor Rondo Cameron piensa que si la economía hubiera podido sufragar las exigencias de una burocracia y un ejército cada vez más parásitos, el imperio podría haber durado otros mil años, como ocurrió con el Imperio bizantino. Y, a la inversa, si el imperio, marco institucional en el que funcionaba la economía, hubiera seguido proporcionando una administración de justicia eficiente y una protección eficaz contra las amenazas externas e internas que gravitaban sobre las pacíficas actividades productivas, no hay una razón clara para que la economía no hubiera funcionado igual de bien en tiempos de los Severos o Diocleciano que en la época de los Antoninos. En realidad, no se cumplió ninguna de las dos condiciones. Sin embargo, existe una razón aún más fundamental de las limitaciones y del fracaso final de la economía clásica que trasciende las causas inmediatas del ocaso de Roma, la falta de creatividad tecnológica.
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