Una persona, digamos un español, aprende las reglas de su idioma en un tiempo increíblemente breve, antes de la escolarización, que más bien sirve para fijar esas reglas y hacerlas explícitas. Si el mismo individuo desea aprender un idioma diferente, por ejemplo el inglés, deberá esforzarse mucho más, y es poco probable que desarrolle una competencia en este segundo idioma equiparable a la de un nativo. Esta observación debería hacernos pensar ya de por sí que la mente no es simplemente una esponja capaz de absorber cualquier conocimiento, sino un órgano complejo, con ciertas predisposiciones genéticas y con una trayectoria de desarrollo dictada por complejos factores biológicos.
Es por este motivo, explica Chomsky, que la mente de un
Es por este motivo, explica Chomsky, que la mente de un
niño en formación representa la etapa en la que se fijan los principales parámetros de nuestro conocimiento lingüístico. Superada esta fase ya no hay vuelta atrás y el aprendizaje de otras cosas, o de otros idiomas en el caso del que hablamos, se efectuará siempre a través de esa primera lengua que el niño ya ha aprendido. Un ejemplo simple de la validez de este argumento y de lo incuestionable de sus consecuencias para la ciencia cognitiva puede ser el acento que tenemos al hablar, por ejemplo, el acento habitualmente duro de un español al hablar en inglés. Se puede, por supuesto, perfeccionar un acento, pero, a no ser que uno tenga un talento muy especial, perder por completo el acento propio es muy difícil, y por ese motivo siempre se tenderá a pronunciar las palabras en un idioma extranjero con sonidos similares a los de la lengua materna, del mismo modo que se cometerán errores sintácticos al reproducir estructuras propias de la lengua materna en la lengua extranjera.
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