Cada vez hay más autores que escriben libros y los venden en Internet a un precio muy bajo, incluso gratuitamente, prescindiendo de editoriales, correctores, impresores, mayoristas, distribuidores y minoristas. El coste de vender y distribuir cada copia es prácticamente nulo.
Miles de millones de personas tienen acceso a más y más información de una manera casi gratuita. Hoy, más de una tercera parte de la especie humana genera su propia información mediante teléfonos móviles y ordenadores relativamente baratos y la comparten en forma de vídeo, audio o texto en un mundo conectado en red y caracterizado por la colaboración. En todo el mundo ya hay millones de consumidores que a la vez son productores que generan su propia electricidad verde, y se calcula que cerca de cien mil personas fabrican sus propios productos mediante impresoras 3D. Hay cerca de seis millones de estudiantes matriculados en cursos abiertos y masivos por Internet (MOOC, por sus siglas en inglés) impartidos por los mejores profesores del mundo; estos cursos otorgan créditos universitarios.
Conectados en inmensas redes continentales y mundiales |
En los tres casos, los costes iniciales siguen siendo relativamente elevados, pero estos sectores crecen siguiendo una curva exponencial muy parecida a la que ha seguido la informática, cuyos costes marginales se han ido aproximando a cero en los últimos decenios. Entre los próximos veinte y treinta años se estará conectados en inmensas redes continentales y mundiales,se producirá y compartirá energía verde y productos y servicios físicos, y se aprenderá en aulas virtuales, todo ello con un coste marginal cercano a cero que llevará la economía a una era de bienes y servicios casi gratuitos, dice el profesor Jeremy Rifkin.
Chris Anderson |
Muchos de los actores principales de la revolución del coste marginal cercano a cero sostienen que los bienes y servicios casi gratuitos serán mucho más corrientes, pero también abrirán nuevas posibilidades para crear otros bienes y servicios con unos márgenes de beneficio suficientes para mantener el crecimiento e incluso para permitir que el sistema capitalista pueda prosperar. Chris Anderson, exdirector de la revista Wired, nos recuerda que desde hace mucho tiempo se regalan productos para atraer a posibles clientes con el fin de que compren otros productos, y cita el ejemplo de Gillette, el primer fabricante de hojas de afeitar desechables que regala las maquinillas de afeitar para que los consumidores compren las hojas de repuesto. Del mismo modo, muchos músicos y cantantes de hoy dejan que millones de personas compartan sus obras en Internet con la esperanza de atraer a fans que paguen por asistir a sus conciertos en directo. The New York Times y The Economist ofrecen a millones de personas la lectura gratuita de algunos artículos en Internet con la esperanza de que un porcentaje de esos lectores decidan suscribirse y pagar por leer sus noticias y reportajes con más detalle. En este sentido, la gratuidad es una estrategia de marketing para crear una cartera de clientes de pago. Estas aspiraciones pecan de cortedad de miras y hasta puede que de ingenuidad. Cuantos más bienes y servicios que conforman la vida económica de la sociedad se acerquen a un coste marginal cercano a cero y sean casi gratuitos, más irá menguando el mercado capitalista hasta acabar ocupando unos nichos limitados donde las empresas rentables solo podrán sobrevivir en los márgenes de la economía, con una clientela cada vez más escasa para unos productos y servicios muy especializados.
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