René Girard se dio cuenta de que todas las sociedades buscan supuestos culpables, víctimas en los que depositar la insania y la envidia.El chivo expiatorio operaba como un purificador. Según Girard, en la necesidad de que otro, un inocente, cargara con el odio inveterado que nacía del egoísmo y la envidia humana se explicaba tanto el origen de la religión como de la paz social. Sin esa descarga, sin esa danza en torno a la víctima sacrifical en la que se dejan, como en un altar, el miedo y los rencores, la venganza y la muerte, no habría paz social y, por tanto, se frustraría la convivencia. De otro modo estaríamos condenados a un enfrentamiento cruento sin fin.
Para Girard la muerte de Abel, de Job o, con mucha mayor radicalidad, de Cristo, suponía la llegada a la mayoría de edad moral de la humanidad. En el Antiguo y el Nuevo Testamento se enseña que el miedo y los conflictos, los asesinatos no surgen de automatismo ni constituyen el destino ciego al que nos ata la naturaleza. A diferencia de lo que ocurre en formas culturales más antiguas, la enseñanza revelada confirma que la violencia nace de la envidia del hombre. Hay guerras y enfrentamientos, pero la respuesta para acabar con ellos no reside en mover piezas en el tablero geopolítico, sino en proceder a un profundo cambio en el interior del ser humano. De otro modo, la paz de hoy será el motivo del conflicto de mañana. Y es eso lo que vio al final de su vida Girard.
Para Girard la muerte de Abel, de Job o, con mucha mayor radicalidad, de Cristo, suponía la llegada a la mayoría de edad moral de la humanidad. En el Antiguo y el Nuevo Testamento se enseña que el miedo y los conflictos, los asesinatos no surgen de automatismo ni constituyen el destino ciego al que nos ata la naturaleza. A diferencia de lo que ocurre en formas culturales más antiguas, la enseñanza revelada confirma que la violencia nace de la envidia del hombre. Hay guerras y enfrentamientos, pero la respuesta para acabar con ellos no reside en mover piezas en el tablero geopolítico, sino en proceder a un profundo cambio en el interior del ser humano. De otro modo, la paz de hoy será el motivo del conflicto de mañana. Y es eso lo que vio al final de su vida Girard.
Para Girard la única manera de terminar con la espiral del miedo y el enfrentamiento era a través de una mayor profundización en nuestras raíces cristianas. A su juicio, las sociedades del conocimiento y de la información hacían inútil la operatividad del chivo, es decir, sabemos siempre que las víctimas son inocentes. De ese modo, no hay posibilidad de que funcione la descarga del odio a través de su sacrificio. El futuro es negro, según Girard, porque la secularización había dejado inerme la herencia cristiana y, por tanto, tampoco disponemos del acervo moral de la fe para remediar nuestros odios y sed de venganza. Así las cosas, la violencia solo iría en aumento.Estamos hartos de la guerra, pero también de esas otras explosiones de odio y rencor que uno ve tanto en las calles como en otros ambientes sociales. El camino para la paz no pasa únicamente por tratados internacionales. Solo un cambio radical de vida, individual, puede explicar que tendamos la mano al prójimo en lugar de propinarle una patada, abusar de él o desposeerle de lo que tiene. Eso es sabiduría moral, que no desconoce que a veces también hay que defenderse.
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