Marina Tsvietáieva, escritora rusa, que destacó como poetisa y prosista, es una de las poetas más originales del siglo xx. Tsvietáieva escribe que “desde la victoria de los bolcheviques en noviembre de 1917 el hombre ya no es su propio dueño, ha de dirigirse al Estado que progresivamente se ha vuelto el único patrón del país, puesto que todo le pertenece, todos deben apoyarse en él. Los individuos ya no dependen los unos de los otros, sino que todos dependen del poder del Estado, mediador impersonal y, aun así, inevitable. Los poetas deben servirlo, de la misma manera que los obreros y los campesinos. A esta destrucción del vínculo social, tal y como había existido hasta entonces, se añade muy rápidamente una nueva amenaza, la hambruna. La guerra civil entre Rojos y Blancos llega a su punto álgido, las cosechas son destruidas, los campesinos han sido despojados de los víveres que les quedaban y ya no se atreven a sembrar. Un informe de la Cheká, la policía política, dice que “ya nadie trabaja, la gente tiene miedo”. Los habitantes de las grandes ciudades descubren el nuevo rostro de la Revolución, el del hambre. En sus cuadernos, Tsvietáieva relata anécdotas.“Vieron a un perro con una pancarta: - ”¡Abajo Trotski y Lenin, o - me comerán!”. El patriarca Tijon hace leer una carta pastoral en las iglesias que dice: “La carroña se ha vuelto un manjar para la población hambrienta, y aun ese manjar es difícil de encontrar”.
Marina Tsvietáieva no puede más que condenarlo como responsable de la desaparición de todas las formas de vida que, en el antiguo mundo, le eran queridas. Ha traído la desorganización de toda vida social y material, y ha provocado la hambruna. Ha reprimido, además, la oposición y la palabra libre, ejerciendo una censura mucho peor que la de los zares; ha confiado a la Cheká la vigilancia de la población. Frente al poder soviético, a Tsvietáieva no le queda más que una salida, el exilio. El que conduce al interior de uno mismo, que pondrán en práctica gran número de sus compatriotas, o el que conduce fuera del país, solución que han elegido, o a la que se han visto obligados, numerosos otros rusos.
Marina Tsvietáieva no puede más que condenarlo como responsable de la desaparición de todas las formas de vida que, en el antiguo mundo, le eran queridas. Ha traído la desorganización de toda vida social y material, y ha provocado la hambruna. Ha reprimido, además, la oposición y la palabra libre, ejerciendo una censura mucho peor que la de los zares; ha confiado a la Cheká la vigilancia de la población. Frente al poder soviético, a Tsvietáieva no le queda más que una salida, el exilio. El que conduce al interior de uno mismo, que pondrán en práctica gran número de sus compatriotas, o el que conduce fuera del país, solución que han elegido, o a la que se han visto obligados, numerosos otros rusos.
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