En la década de 1990 sucedió algo curioso cuando los hijos de los nacidos durante la explosión demográfica empezó a ir al colegio. Los grupos reaccionarios siempre han apoyado los uniformes porque refuerzan la disciplina y fomentan el respeto entre los estudiantes. Las academias militares y los colegios religiosos nunca dejaron de usarlo. Esto fomentó la teoría contracultural de que eliminar los uniformes sería liberador y traería una nueva época de creatividad y libertad. Pero las opiniones que surgieron en los años noventa fueron muy distintas. Un gran número de padres intranquilos, entre los que estaban muchos izquierdistas renegados, empezaron a sugerir tranquilamente que quizá… que posiblemente… los uniformes colegiales fuesen una opción razonable. Clinton (el primer presidente nacido durante la explosión demográfica) defendería públicamente los uniformes escolares, incluyendo una referencia a ello en un discurso sobre el estado de la Unión. Al final resultó que la supresión del uniforme no produce problemas de disciplina, sino un desmesurado aumento del consumismo. La tremenda fijación que tienen los adolescentes con las marcas, la obsesión con la ropa, con las zapatillas de deporte, ¿dónde la aprenden? Hay algo indudable, y es que a los jóvenes que llevan uniforme no les matan para robarles la ropa. En palabras de Clinton, “si el uniforme impide que nuestros adolescentes se maten unos a otros para robarse las cazadoras de diseño, entonces los colegios públicos deberían exigir su uso obligatorio”.
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