A pesar de las profecías de algunos visionarios bienintencionados sobre las potencialidades de la televisión como herramienta de educación o de difusión de la cultura, todos sabemos que se ha convertido principalmente en una máquina de evasión y entretenimiento pasivo. La visión sobre la sociedad televisiva que Postman reflejó en Amusing Ourselves to Death mantiene actualmente una vigencia plena, si cabe, aumentada. Ahora bien, en pleno siglo XXI la era de la televisión ha quedado atrás. Si bien el promedio de horas ante la pantalla no ha variado de forma significativa en los últimos años, sí que ha disminuido claramente entre la franja más joven de población. Las nuevas generaciones dedican cada vez más tiempo a utilizar unas nuevas formas de comunicación en red que les permiten dejar de ser espectadores pasivos para convertirse en nodos activos, en emisores y receptores simultáneamente, en consumidores pero también en productores de todo tipo de contenidos.
El cine, las novelas o la música no han sido sólo un entretenimiento, también pueden educar o perturbar las mentes, pero, en cualquier caso se han incorporado a nuestro imaginario, forman parte de nuestros referentes y han modelado nuestra interpretación de la realidad. En la medida en que abandonemos el tradicional televisor y cada vez pasemos más horas ante el ordenador y el videojuego, relacionándonos con otras personas y viviendo experiencias inmersivas de una intensidad creciente, la huella deberá ser necesariamente más profunda. No se puede descartar que emerja una confusión para distinguir entre realidad y virtualidad, ni que cada vez más personas se refugien definitivamente en este mundo artificial interconectado y decidan finalmente ignorar todo lo que quede fuera de él, escribe Antoni Brey.
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