El mundo actual tiene problemas económicos de un calado que Keynes nunca habría podido imaginarse. Los pobres se mueren de desnutrición en el Sur, pero de obesidad en Occidente. Un estado rico como California gasta más dinero en prisiones que en universidades. Los padres trabajan tanto, a fin de poder comprar cosas para su familia, que no tienen tiempo de estar con ella. A la mayoría nos preocupa llegar a fin de mes; incluso a lo que queda de clase media. Al mismo tiempo, se fantasea con un mundo de consumo ilimitado y de exclusión social, un mundo del que disfruta una pequeña élite mundial. La vida de los miembros de esta élite es la que se presenta como un ideal. No los lirios de Keynes. El famoso economista creía que, cuando fuéramos ricos, íbamos a trabajar menos y a consumir menos también. ¡Qué equivocado estaba!
Todos somos libres. Como la mujer del Congo que accede a mantener relaciones sexuales con miembros de la milicia a cambio de tres latas de conservas. O la mujer que en Chile trabaja recolectando fruta a pesar de que los insecticidas a que está expuesta producirán trastornos neurológicos en los niños que dará a luz dos años más tarde. O la mujer marroquí que, al empezar a trabajar en una fábrica, debe obligar a su hija mayor a abandonar la escuela para cuidar de sus hermanos. Estas mujeres tienen siempre un control absoluto sobre las consecuencias de sus acciones. Siempre toman la mejor decisión posible. Decir que se es libre es solo otra forma de expresar que no se tiene nada que perder.
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