Jack Welch, otrora presidente de General Electric, acostumbraba decir que lo ideal para su compañía sería tener “cada planta en una barcaza”, de modo que las fábricas fueran libres de ir allí donde los costes laborales, materiales y fiscales fueran menores. Hoy es posible sostener que semejante escenario es una realidad, pues las compañías, que ya no están atadas a una nación particular, pueden trasladar su capital y sus empleados adonde quieran. En opinión de algunos economistas, la consecuencia de esto es que los salarios caen con rapidez y los ciudadanos de ciertos países terminan por encontrarse peor que los de otros. El contra argumento es que, a cambio, el país que ha exportado puestos de trabajo de esta forma se beneficia de los mayores beneficios obtenidos por las compañías, que éstas redistribuyen a sus inversores, así como de unos precios más bajos en las tiendas, manifiesta Edmund Conway, columnista de The Times y Sunday Times.
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