La preocupación ecuménica se mantuvo siempre presente en el pontificado de Pablo VI. Pablo VI no era teatral ni le gustaba el espectáculo, pero daba importancia a los signos en su sentido más religioso. En Jerusalén se encontró con el patriarca ortodoxo Atenágoras y, años más tarde, no dudó en visitarle en Estambul, cuando el patriarca atravesaba dificultades con el gobierno turco. Ambos suprimieron las históricas excomuniones mutuas. Al primado anglicano de Canterbury le ofreció su anillo, a pesar de que la Iglesia católica no reconoce las ordenaciones anglicanas, y besó los pies del metropolita representante del patriarca ortodoxo ante el desconcierto de cuantos le rodeaban. Fue muy consciente del puesto que ocupaba; se presentó con un “Yo soy Pedro” en Ginebra.
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