Mucho antes de que estallase la Primera Guerra Mundial, Alemania era la economía más rica y potente del Continente. Ocupaba el primer puesto mundial en las industrias más modernas, como la química, la farmacéutica y la eléctrica. En la agricultura el uso masivo de abonos artificiales y de maquinaria agrícola había multiplicado en 1914 la eficiencia de las grandes fincas del Norte y el Este. El nivel de vida había ido aumentando a saltos desde el cambio de siglo, e incluso desde antes. Los productos de las grandes empresas industriales alemanas como Krupps y Thyssen, Siemens y AEG, Hoechst y BASF, eran famosos en todo el mundo por su calidad. Eran muchos aquellos a los que la Alemania de antes de 1914, vista nostálgicamente desde la perspectiva del principio del periodo de entreguerras, les parecía que había sido un remanso de paz, prosperidad y armonía social. Pero por debajo de esa superficie próspera y segura había inquietud, inseguridad y dolorosas tensiones internas, escribe Richard J. Evans. A muchos, el intenso ritmo de cambio económico y social les parecía desconcertante y aterrador. Daba la impresión de que estaban desapareciendo los viejos valores y aumentaba el sentimiento de desorientación en algunos sectores de la sociedad.
Bismarck |
La sociedad alemana no se integró nacionalmente en 1871 en una condición completamente estable. Estaba dividida por conflictos internos que se agudizaron rápidamente y que se sumaron cada vez más a las tensiones del sistema político que había creado Bismarck. Estas tensiones hallaron desahogo en un nacionalismo cada vez más vociferante, mezclado con estridentes y alarmantes dosis de racismo y antisemitismo, que habrían de dejar una funesta herencia para el futuro.
Cuenta Richard Evans que para los desafectos y los fracasados, los que tenían la sensación de que el avance implacable de la industrialización les dejaba marginados y anhelaban una sociedad más simple, más ordenada, más segura y más jerárquica, como la que ellos imaginaban que había existido en el pasado no tan lejano, los judíos simbolizaban la modernidad cultural, financiera y social. Una depresión económica de dimensiones mundiales, desencadenada por el fracaso de las inversiones ferroviarias en Estados Unidos, provocó quiebras y cierres de empresas en Alemania. Resultaron especialmente perjudicados talleres y pequeños negocios. A los más gravemente afectados les resultó fácil creer de que la culpa la tenían los financieros judíos. A principios de la década de 1890 la amenaza de los antisemitas para la hegemonía electoral del Partido Conservador Alemán en los distritos rurales llegó a considerarse tan seria que el propio partido, alarmado por la política del gobierno, que parecía probable que fuese aún más perjudicial para los intereses de los agricultores, votó en 1893, en su conferencia de Tivoli, a favor de que se incluyese en el programa la exigencia de que se combatiese la “amplia, insistente y corruptora influencia judía sobre la vida de nuestro pueblo”.
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