“El niño aparece en gran medida como una suerte de peligro o como un accidente que hay que evitar. El arte de mantenerle cerrada la puerta es considerado como contenido del espíritu ilustrado y de la posesión de tal espíritu. Aplastar la vida más indefensa, la vida en gestación, parece verse muchas veces no ya como un mero delito caballeresco, sino incluso como indicador del grado de emancipación. Seamos honestos, en el pensamiento de nuestro tiempo, el niño se presenta como un competidor de nuestra libertad, como el competidor de nuestro futuro, que nos quita el lugar. Llenamos el espacio de nuestra vida con cosas, con productos, y nunca nos hartamos de cosas, que podemos planear y después, descartar. A lo sumo tenemos espacio para un animal, que se somete por completo a nuestras veleidades. Pero para una nueva libertad, para una nueva voluntad, que entre en nuestra vida y que no podamos planear y regular, para ella no tenemos más espacio, nos es demasiado molesta. Solo nos gusta lo planificado, el producto, lo que nosotros mismos hacemos y que podemos después descartar. El niño llama a la puerta. Si lo aceptáramos, tendríamos que revisar de nuevo a fondo nuestra propia relación con la vida, estar dispuestos a no acaparar la vida solamente para nosotros, a dejar de verla solamente como una breve oportunidad de sacar algo de las posibilidades del ser, sino vivirla y contemplarla como un regalo para otros. Tendríamos que aprender a ver en el niño, en la nueva libertad de otro ser humano que entra, no la destrucción de nuestra libertad, sino su oportunidad, no al competidor que nos arrebata futuro y espacio para vivir, sino la fuerza creadora que plasma y sostiene el futuro”, escribe Joseph Ratzinger.
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