En la democracia no se tiene derecho a tratar a un ciudadano de fanático, incluso si se detestan sus ideas, cuando ese ciudadano se limita a expresar libremente unas opiniones en el marco de una campaña electoral. Habiendo sido autorizado el aborto en virtud de una ley, ¿no tiene un hombre derecho a tratar de hacer votar una ley contraria mediante una llamada a los electores? Los que no estén de acuerdo no tienen más que hacer campaña, a su vez, contra él, mediante la persuasión y la argumentación. El fanatismo no se define por el contenido de las opiniones que se profesan, sino por la manera en que pretende imponerlas. Si no es por la violencia, ni la intolerancia, ni la persecución, ni el terror, no se falta a la democracia.
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