Los soviéticos diezmados a causa de la gran purga de 1937, los camboyanos asesinados por los khmers rojos a finales de los años setenta, los tibetanos muertos o acorralados hasta la muerte por los chinos desde 1950, todas esas víctimas murieron, no ya por haber intentado rebelarse, sino porque habían cometido la equivocación de nacer en categorías sociales, religiosas, profesionales que se suponía obstaculizaban, por su simple existencia, a la aparición del “hombre nuevo”. No son más que unos cuantos ejemplos contemporáneos, y se podría citar muchos otros en Vietnam, China o en África. Se trata de verdaderos crímenes contra la humanidad, y no de crímenes de guerra. Ninguna guerra los justifica, ni civil ni extranjera.
Nómades tibetanos con yaks |
El exterminio de los tibetanos llegó a ser masivo, sobre todo durante la Revolución cultural china, mucho después del final de la conquista, después de la anexión. Los chinos castigaban con la muerte a todo tibetano sorprendido rezando o hablando en tibetano. La religión, la misma lengua debían, pues, ser borradas de la faz del planeta. Estos acontecimientos, tanto en el Tibet como en Camboya, se desarrollaron, mucho después de la segunda guerra mundial y, sin embargo, no parece que la pedagogía del holocausto haya atenuado la plácida indiferencia y la complicidad pasiva de los occidentales ante esos crímenes contra la humanidad.
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