inestabilidad de los deseos |
La inestabilidad de los deseos, la insaciabilidad de las necesidades, y la resultante tendencia al consumismo instantáneo y a la instantánea eliminación de sus elementos, están en perfecta sintonía con el nuevo entorno líquido en el que se inscriben hoy por hoy los objetivos de vida y al que parecen estar atados en un futuro cercano. Un moderno entorno líquido resiste toda planificación, inversión y acumulación a largo plazo. De hecho, despoja a la postergación de la gratificación que provocaba su antigua carga de prudencia, circunspección y, ante todo, buen juicio. La mayoría de los objetos valiosos pierden rápidamente su lustre y su atractivo, y si hay procrastinación, lo más probable es que terminen en la basura incluso antes de haber producido alguna satisfacción. Y cuando la movilidad y la habilidad para atrapar una oportunidad al vuelo se convierten en una cualidad muy estimada, las grandes posesiones se parecen más a un pesado lastre que a una preciada carga.
Dice Zygmunt Bauman que una vez que se ha extendido a las relaciones de pareja el derecho (y la obligación) que uno tiene de deshacerse y reemplazar un objeto que ya no lo satisface plenamente, las partes pasan a tener el rango de objetos de consumo. Paradójicamente, pasan a tener ese rango como consecuencia de su lucha por ganarse y monopolizar los privilegios del consumidor soberano. Obviamente, una “pura relación” focalizada en la utilidad y la gratificación está en las antípodas de la amistad, la dedicación, la solidaridad y el amor, de esas relaciones de “nosotros dos” consideradas como la argamasa del edificio de la unión humana. Y son relaciones “puras” porque no tiene ingredientes éticos adicionados. Una “pura relación” es atractiva porque desligitima preguntas como (citando a Ivan Klima) “¿Dónde está el límite entre el derecho a la felicidad personal y a un nuevo amor, por un lado, y al desenfreno hedonista que destrozaría a la familia y a los hijos, por el otro?” En definitiva, el atractivo está en haber declarado que las relaciones humanas se pueden atar y desatar porque son actos moralmente “adiafóricos” (neutros, indiferentes). Como consecuencia, los actores resultan exonerados de toda responsabilidad sobre el otro, esa responsabilidad incondicional que el amor, en las buenas y en las malas, promete y se compromete a construir y preservar. “La creación de una buena relación, mutua y duradera”, en franca oposición con la búsqueda de gratificación a través de objetos de consumo, “demanda un esfuerzo enorme”, situación que la “pura relación” rechaza de plano, en nombre de otros valores entre los cuales no figura ni remotamente ninguna responsabilidad ética hacia el otro.
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