Don Julian Herranz. |
Don Julian Herranz escribe que para valorar un período de la historia, hay que situarse a cierta distancia cronológica y crítica. Esto garantiza una mayor frialdad intelectual y una menor emotividad en el sujeto que enjuicia, aunque al mismo tiempo haya que acercarse lo más posible al conjunto de circunstancias sociales, políticas y culturales en que se produjeron los acontecimientos, para intentar comprenderlos. A pesar de todo, siempre resulta difícil ser objetivo, ya decía Unamuno que él no podía dar juicios objetivos, porque era un sujeto y no un objeto. Un ejemplo de distancia demasiado corta: en la Divina Comedia, Dante sitúa en el infierno a Celestino V, el eremita del monte Morrone elegido Papa, por su gran rechazo a ese pontificado. Sin embargo, hoy le veneramos como san Celestino V.
La tarea esencial del historiador consiste en mantener completo el archivo humano; pero ésta es, verdaderamente, una simple y engañosa declaración de propósitos. Dice Wright Mills que el historiador representa la memoria organizada de la humanidad, y esa memoria, como historia escrita, es enormemente maleable. Cambia, algunas veces radicalmente, de una generación de historiadores a otra, y no sólo porque una investigación más detallada aporte al archivo hechos y documentos nuevos, sino que cambia también porque cambian los puntos de interés y el armazón dentro del cual el archivo se ordena.
No necesitamos la proyección imaginativa de George Orwell para saber cuán fácilmente puede falsearse la historia en el proceso de su constante reelaboración, aunque su 1984 lo señaló dramáticamente y, esperémoslo, asustó con razón a algunos historiadores.
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