lunes, 1 de enero de 2018

Se han edificado o restaurado más museos, teatros de la ópera y otros emplazamientos culturales que nunca, el problema radica en qué meter dentro de ellos.

En los últimos años, se han edificado o restaurado en el mundo occidental más museos, teatros de la ópera y otros emplazamientos culturales que nunca desde la gran explosión de la construcción cultural en el siglo XIX. El problema radica, más bien, en a quién y qué meter dentro de ellos.
Eric Hobsbawm
“Fijémonos en la ópera, como género distinto del ballet y los musicales, aún vivos, en ambos casos. Prácticamente ninguna ópera del repertorio habitual tiene menos de ochenta años y prácticamente ninguna fue escrita por compositores nacidos después de 1914. Ya nadie vive de escribir óperas, como se hacía en el siglo XIX y siguen haciendo hoy día los guionistas. En su inmensa mayoría, la producción operística, como la de las obras de Shakespeare, consiste en un intento de arreglar tumbas ilustres adornándolas con distintos ramos de flores”, escribe el historiador británico Eric Hobsbawm.

exposiciones temporales
El sector verdaderamente taquillero del negocio de las galerías de arte es la exhibición de exposiciones temporales, itinerantes, preferiblemente grandes éxitos internacionales; y la Tate Modern empieza a ocupar un lugar destacado en este tipo de actos. Aun así, es una forma costosa de ofrecer solo otra nueva sede de exposiciones. O pensemos también en la interpretación en directo de la música clásica (occidental), que en todo caso se dirige solo a un reducido grupo de la población. El sector de la música clásica, dice Eric Hobsbawm, es reacio a llenar grandes salas de concierto para escuchar sonidos demasiado distintos a los consabidos clásicos anteriores a 1914; incluso el repertorio de clásicos aceptables es limitado. Las grandes orquestas
filarmónicas que más trabajan, así como otras orquestas que no se doblan además en los fosos de la ópera, se mantienen gracias a las sinfonías y los conciertos. Pese a los esfuerzos de Shostakovich, Vaughan Williams y Martinu, las sinfonías dejaron de acaparar el interés principal de los compositores desde la Gran Guerra. Cuesta imaginar qué harían las grandes orquestas sin las reservas de música básicas que atraen al gran público; reservas formadas, diría yo, por un máximo de entre cien y doscientas piezas de los últimos dos siglos y medio.


La enorme infraestructura tradicional erigida para las artes en el siglo XIX y en adelante, posiblemente, con la excepción del teatro comercial, no se podría mantener, en modo alguno, sin las sustanciosas subvenciones públicas, el patrocinio privado o la combinación de ambas fuentes.

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