Amos Oz considera que el conflicto entre palestinos e israelíes no es una lucha entre el bien y el mal, más bien lo considera una tragedia en el sentido más antiguo y preciso del término. Un choque entre derecho y derecho, entre una reivindicación muy convincente, muy profunda, muy poderosa, y otra reivindicación muy diferente pero no menos convincente, no menos poderosa, no menos humana. Los palestinos están en Palestina porque ésta es la patria, la única patria de los palestinos. Igual que Holanda es la patria de los holandeses o Suecia la de los suecos. Los judíos israelíes están en Israel porque no hay otro país en el mundo al que, como pueblo, como nación, puedan llamar hogar. Sí como individuos pero no como pueblo, no como nación. Los palestinos han intentado, a regañadientes, vivir en otros países. Fueron rechazados, a veces incluso humillados y perseguidos, por la supuesta “familia árabe”. Se les hizo tomar conciencia de la manera más dolorosa de su palestinidad; no fueron aceptados como libaneses, ni como sirios, ni como egipcios, ni como iraquíes. Tuvieron que aprender con dureza que son palestinos y que Palestina es el único país al que pueden aferrarse. Curiosamente, los judíos han tenido una experiencia histórica un tanto paralela.
Los palestinos quieren la tierra que llaman Palestina. Tienen razones muy poderosas para quererla. Los judíos israelíes quieren exactamente la misma tierra por exactamente las mismas razones, cosa que entraña al tiempo un profundo entendimiento entre las partes y una tragedia terrible. Por muchos ríos de café que bebamos juntos, escribe Oz, no se extinguirá la tragedia de dos pueblos que reivindican, creo que con razón, el mismo pequeño país como su única patria en todo el mundo. Tomar un café juntos es maravilloso y lucharé por ello, especialmente si se trata de café árabe, que es infinitamente mejor que el israelí. Pero el problema no se va a solucionar tomando café. Se requiere algo más que café y entenderse mejor. Se requiere llegar a un acuerdo, a un compromiso doloroso. Y la expresión "llegar a un acuerdo, a un compromiso" tiene una reputación nefasta en la sociedad europea. Especialmente entre los jóvenes idealistas, que siguen considerando que llegar a un acuerdo es oportunista y algo artero y oscuro que implica falta de coraje. No en mi vocabulario. Para mí la expresión "llegar a un acuerdo" significa vida. Y lo contrario de llegar a un acuerdo no es idealismo ni devoción. Lo contrario es fanatismo y muerte.Se requiere llegar a un acuerdo, a un compromiso, no llegar a una capitulación. Lo que significa que los palestinos jamás deberían arrodillarse. Ni tampoco los judíos.
Muchos judíos israelíes no se dan cuenta de lo profunda que es la conexión emocional de los palestinos con la tierra. Igual que muchos palestinos no consiguen darse cuenta de lo profunda que es la conexión judía con la misma tierra. Pero para llegar a comprenderlo, ambas naciones tienen que atravesar un doloroso proceso que pasa por prescindir de los sueños, de las ilusiones, de las esperanzas y de los viejos eslóganes del pasado en ambos bandos.
Una de las cosas que hacen especialmente duro el conflicto palestino-israelí o árabe-israelí es que se produce entre dos víctimas del mismo opresor. La Europa que colonizó el mundo árabe es la misma Europa que discriminó a los judíos, los persiguió, los acechó en sueños para terminar asesinándolos en masa en un crimen genocida sin precedentes.
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