Acaba de concluirse la cumbre diplomática del fórum “One belt one road (OBOR)”, en la cual han participado representantes de aquellos países del planeta que están involucrados en el ambicioso y estratégico plan de cooperación internacional emprendido por el gobierno chino en 2015. El proyecto, que ya lleva tres años concretándose bajo la presidencia del gobierno de Xi Jinping, tiene la intención de hacer revivir los fastos de la antigua “ Ruta de la Seda” del Imperio chino, con miras a la creación, para el año 2050, de una enorme red de vías de transporte en grado de generar una trama sumamente densa y articulada de infraestructuras, ferrocarriles, autopistas y líneas marítimas, gasoductos y oleoductos que comuniquen a China y al Lejano Oriente con todo Asia, Europa y el Mediterráneo.
El compromiso económico previsto es enorme, pero Beijing considera que puede garantizar la cobertura económico-financiera que requiere este proyecto geopolítico, a través de la plana de líderes de la joint-venture crediticia, hecha factible a través de la creación del Banco Asiático de Inversiones para la Infraestructura (AIIB).
La apuesta en juego es elevadísima, porque a través de este colosal esfuerzo económico y financiero, China apunta a redefinir el orden geopolítico internacional en su totalidad, convirtiéndose en el baricentro económico y político de un eje del comercio y de la industria eurasiáticas que, potencialmente, podría ser capaz de desquiciar el actual sistema de acuerdos y tratados internacionales.
Xi Jinping |
Bajo el perfil de la política externa de seguridad y defensa, la crecientemente imponente influencia china en el panorama internacional preocupa a otros importantes actores del cuadro político mundial, por las dudas que siembra la acción china, al aproximarse mucho a la creación de un hipotético “Nuevo Orden Mundial”. Es obvio que la política externa de cualquier Estado, y en particular de cualquier potencia regional o internacional, representa una proyección del interés nacional de aquel país, y la China no escapa a esta regla de oro.
La estrategia geopolítica que anida en la trama del
ambicioso programa OBOR debiera permitir al gobierno de Beijing la posibilidad de desahogar en las exportaciones el excedente de su enorme capacidad productiva en los sectores de la industria pesada nacional, que es la que más padece la desaceleración del desarrollo económico de país, luego del boom de los años felices del crecimiento del PIB con dos dígitos; de insertarse de manera estable en los procesos políticos referidos a la toma de decisiones en las economía del Sudeste asiático, del Asia Central, del Oriente Medio e incluso de Europa misma; de reforzar la propia posición dominante en relación a las potencias que compiten con ella, como es el caso de la India, Rusia y los EEUU.
No hay comentarios:
Publicar un comentario