Ayn Rand |
El altruismo, para Ayn Rand, conduce a la muerte; el individualismo nos señala la única senda que conduce a la vida. De este modo, para poder vivir con un mínimo grado de autenticidad debemos abandonar el código inmoral del altruismo y abrazar la vivificadora práctica del individualismo.
El individuo es lo único real, objetivo, y es el verdadero fundamento de la ética. De ahí Rand puede postular la premisa básica de su filosofía: “La fuente de los derechos del hombre no es la ley de Dios, ni la del Congreso, sino la ley de la identidad. A es igual a A: el Hombre es el Hombre”.
El individuo, como tal, se pertenece a sí mismo. No pertenece, en modo alguno, a Dios ni a la sociedad. El individualismo, cultivado a través de la “virtud del egoísmo”, es el único sendero que conduce a la vida. “La vida puede mantenerse en la existencia sólo mediante un constante proceso dirigido a auto-sustentarse”. El destino del hombre es ser “un alma hecha a sí misma”.
Sacrificarse por los propios hijos, nacidos o no nacidos, por los propios padres ancianos o por otros miembros de la familia se convierte en anatema.
Nunca filósofo alguno ha propuesto una visión de la vida más simple y directa que la de Rand. Hombre es igual a Hombre; Existencia es igual a Existencia; sólo los individuos son reales; todas las formas de altruismo son inherentemente malas. No hay matices ni paradojas. No hay sabiduría. No hay profundidad. Las cuestiones complejas dividen las realidades en simples dicotomías. Sólo existe el individualismo y el altruismo, sin términos medios.
Rand era una enemiga acérrima del cristianismo. Pero su tipo particular de egoísmo, que parte de que cada uno de los individuos son superhombres nieztscheanos, la convierte en una enemiga del amor.
En internet, puede encontrarse una previsible defensa del aborto (“El embrión es claramente prehumano; sólo las nociones místicas del dogma religioso tratan a este montón de células como si constituyesen una persona”), propaganda a favor del suicidio asistido (“la racionalidad en interés propio”) y diatribas contra el Papa (no hay nada “más peligroso” que la “fe” como “guía para la vida”).
En 1957 Rand produjo su gran obra, La rebelión de Atlas, en
la cual estableció el canon de su código de interés propio. Su filosofía, que había adoptado desde temprana edad, no hizo sino contribuir a asegurar su soledad: “Nada de lo que existe me proporcionó ningún placer relevante. Y progresivamente, a medida que mis ideas se desarrollaban, fue creciendo más y más en mí el sentimiento de soledad”. Pero era inevitable que una filosofía que se centra en uno mismo y excluye a todos los demás acabase dejando a quien la practicaba en el más completo aislamiento y en la más intensa soledad.
En una ocasión Rand escribió: “El hombre no puede escapar de la necesidad de la filosofía; su única alternativa está entre si la filosofía que le guía es elección suya o producto del azar”. En lo que se refiere a esta afirmación, es muy similar a lo que dijo G. K. Chesterton: “La filosofía no es más que pensamiento que ha sido conscientemente pensado; el hombre no tiene otra alternativa que elegir entre verse influido por un pensamiento que ha sido pensado o verse influido por un pensamiento que no ha sido conscientemente pensado”. Lo que distingue a estos dos pensadores tal radicalmente diferentes tiene que ver con la verdad. A Rand no le preocupaba nada más que ella misma. En consecuencia, la verdad se disolvía en su conveniencia personal. El orgullo era la predisposición fundamental de la
que partía el desarrollo de su filosofía. Para Chesterton, “la soberbia es la falsificación de los hechos a través de la introducción del ego”. Al entender que el hombre no es más que lo que ella entendía que ella misma era, es decir, un individuo, Rand no fue capaz de ver la verdad del hombre más allá de sí mismo. Chesterton sí que vio más allá, y se consideró honrado por alinearse junto al hombre común, que es también hijo de Dios. Para Chesterton, la verdad sobre el hombre es que es las tres cosas a la vez: individuo, miembro de la sociedad e hijo de Dios.
Chesterton |
Karol Wojtyla |
Los griegos tenían dos palabras para expresar la noción “vida”: bios y zoé. Bios representa el sentido biológico e individual de la vida, la vida que late dentro de cualquier organismo. Ésta es la única noción de la vida que cabe encontrar en la filosofía de Ayn Rand. Zoé, por contraste, es la vida compartida, la vida que trasciende al individuo y que le permite participar en una vida más amplia, más alta y más rica. Esta “participación”, como afirma Karol Wojtyla en Persona y acción, “consiste en compartir la humanidad de todos los seres humanos. Es precisamente a partir de la participación en la humanidad de otros como la persona es rescatada de la individualidad y descubre su verdadera identidad".
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