Hace cuatro siglos, el edicto de Nantes proclamaba en su artículo primero la necesidad de acallar la memoria para restaurar una paz civil descompuesta por las guerras de religión: “Que la memoria de cuantas cosas acaecieron por un lado y por el otro, desde el comienzo del mes de marzo de 1585 hasta el advenimiento de la corona, y durante las algaradas anteriores y con ocasión de aquestas, mantendráse apagada y adormecida, como cosa que acontecido no hubiere; y ni derecho ni potestad tendrán nuestros fiscales generales, ni otras cualesquiera personas, en momento alguno o por la razón que fuere, de efectuar mención, acusación o proceso ante la audiencia o la jurisdicción que fuere”. El pasado ha de pasar, no para caer en el olvido, sino
para hallar su lugar en el único contexto que le conviene,la historia. Sólo un pasado historizado puede, en efecto, informar válidamente al presente, mientras que un pasado mantenido permanentemente actual no puede sino ser fuente de polémicas partidarias y de ambigüedades.
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