La compleja lógica de la mente humana, las maneras como pensamos y sentimos todavía son un enigma para la tecnociencia.Como sugiere John Cottingham, al analizar la teoría cartesiana de la mente: “No importa cuán completa llegue a ser nuestra ciencia física,¿será algún día capaz de abarcar lo que significa oler a césped recién cortado o tener gusto a frambuesa o escuchar el canto de una gaita?”. Esas impresiones, cualitativas y subjetivas, parecen destinadas a eludir eternamente las embestidas tecnocientíficas, por más audaces que sean.
Nadie sabe cómo funciona realmente, cómo se producen las ideas y emociones a partir de esa red neurofisiológica cuya estructura física podría, eventualmente, ser copiada. Algo parecido ocurre con la genética del comportamiento. En su búsqueda frenética por los genes vinculados a la homosexualidad, a la criminalidad, a la ansiedad, a la obesidad o a la depresión, padece de limitaciones semejantes. Pues ese campo de saber sólo puede valerse de estadísticas y probabilidades, procesadas en las computadoras y guiadas por las intuiciones de los científicos, a la hora de estipular correspondencias exactas entre un determinado gen y un cierto rasgo de la subjetividad. Mientras tanto, la intrincada lógica de su funcionamiento continúa en la oscuridad.
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