El desarrollo de un ser vivo no depende solo de los genes. Tan importante como los genes es también el individuo y, bajo ciertas circunstancias que varían de una especie a otra, también el grupo en el que se encuentra un ser vivo. Los genes siguen siendo los “portadores de datos” que transmiten sus propiedades de generación en generación. Pero no son ni la única causa desencadenante ni el criterio omnidecisivo en el proceso de la evolución. Tan importante es la “arena” en la que tiene lugar el espectáculo, es decir, el terreno fértil o baldío. Esa arena es el espacio vital de una especie, pero también su entorno social. A veces es el grupo lo decisivo, a veces los parientes efectivos, pero otras también puede ser un grupo que comparta de modo completamente fortuito el mismo hábitat.
Cuenta el profesor Richard Precht que cuando circunstancias externas amenazan a un ser vivo o a una especie, da completamente igual la calidad de su material genético. Los genes protegen tan poco de los depredadores como de las erupciones volcánicas. Los genes son las informaciones necesarias para construir un organismo. De todos modos esta construcción se produce en un intercambio del ser vivo con su medio. Si ese intercambio tiene éxito y le va bien al animal o a la planta, sobreviven también sus genes. No son los genes los que deciden sobre el éxito de un ser vivo, sino el éxito de un ser vivo lo que decide sobre la supervivencia de los genes. De todas las teorías de la evolución, este punto de vista es probablemente el más aceptado hoy entre los especialistas.
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