Cuando Solzhenitsyn sostuvo que los totalitarismos surgieron en gran parte porque “el hombre se había olvidado de Dios”, estaba haciendo una afirmación filosófica y no un argumento enraizado meramente en la fe o en la piedad, puntualiza Daniel Mahoney.
Podemos concebir al hombre como amo soberano de la existencia, el creador autónomo de sus propios “valores”, o podemos ver en él a un ser que participa en un orden natural que no hizo, un “orden de las cosas” que da significado a su libertad y que da sentido a su búsqueda de la verdad. En esta última comprensión, sostenida por Brownson, “el hombre no es Dios, independiente, autoexistente y autosuficiente”. Más bien, “es dependiente, y no solo de su Creador, sino también de sus semejantes, de la sociedad, e incluso de la naturaleza y del mundo material”. Los seres humanos son realmente libres solo cuando reconocen que no son dioses.
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