Enrique González Duro, psiquiatra y profesor universitario dice que “la cultura de masas y la publicidad han liberado la conciencia individual y colectiva de cualquier sentimiento de culpa o pudor, tradicionalmente asociado a cualquier forma de placer inmediato, antes la satisfacción de los deseos e impulsos únicamente se consideraba buena si respondía a objetivos duraderos y socialmente aceptables, para que el hombre contemporáneo se sienta libre de desear todo cuanto invasivamente se le presenta y libre de conseguirlo lo antes posible y al precio que sea. En este sentido, puede decirse que se ha producido cierta liberación de la libido, antes reprimida o sublimada hacia fines idealizados, para lograr una mejor adaptación social del individuo, para hacer innecesaria cualquier forma de protesta o rebelión. Ahora, el ideal de felicidad no se sitúa a largo plazo en un mundo mejor, y tampoco precisa de la solidaridad colectiva o la liberación social, pues la felicidad es como un señuelo que está al alcance de la mano, de casi cualquier mano, mediante la adquisición continuada y dirigida de los bienes de consumo. El individuo está plenamente convencido de que comprando mercancías será feliz, y consumiendo se concilia con la sociedad y se muestra conforme con el tipo de existencia que él ha elegido, aunque en realidad le ha sido impuesta. Ya no se ha de preguntar qué es la felicidad, porque la felicidad es aquello que se ofrece a diario de un modo insistentemente repetitivo y presentado como muy apetecible. Y, sin embargo, el consumismo no proporciona otra cosa que meros placeres sustitutivos fugaces e incompletos que siempre frustran las expectativas generadas por la oferta de los productos. Por eso, el consumidor está permanentemente insatisfecho, pese a lo cual consume una y otra vez, de forma compulsiva. Acertadamente, se ha dicho que el consumo no satisface el deseo, sino que lo genera o incluso lo aumenta, de tal modo que el individuo no es capaz de liberarse o renunciar al deseo”.
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