Mi nombre era legión
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C. S. Lewis
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Decía Lewis que “un joven ateo no puede defender su fe con demasiado rigor. El peligro le espera en cada esquina. No puedes realizar, ni siquiera puedes intentarlo, el deseo del Padre a menos que estés dispuesto a conocer la doctrina. Todos mis actos, deseos y pensamientos se iban a armonizar con el Espíritu universal. Por primera vez me examiné seriamente con un propósito práctico. Y encontré algo que me aterró: un zoológico de lujurias, un manicomio de ambiciones, una guardería de miedos, un harén de odios mimados. Mi nombre era legión. Por supuesto, no podía hacer nada (no podía subsistir ni una hora) sin recurrir continua y conscientemente a lo que llamaba Espíritu. La sutil distinción filosófica entre esto y lo que la gente corriente llama orar a Dios se hunde tan pronto como empiezas a hacerlo con honestidad. Del idealismo se puede hablar y se puede sentir, pero no se puede vivir”.
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