Elocuencia |
La elocuencia, que nació antes que la retórica, así como las lenguas se formaron antes que la gramática, no es otra cosa que el talento de imprimir con fuerza y calor en el alma del oyente los afectos que tienen agitada la nuestra. Este talento nace de una sensibilidad rara de todo lo que es grande y verdadero; pues la misma disposición del alma, que nos hace susceptibles de una moción viva y profunda, basta para hacernos comunicar su imagen a los oyentes. La naturaleza hace elocuentes a los hombres en los grandes intereses, y en las pasiones fuertes, dos puntos que son la fuente de los discursos sublimes y verdaderos; por esto casi todas las personas hablan bien en la hora de morir. El que se conmueve ve las cosas con otros ojos que los demás hombres, para él todo es objeto de rápidas comparaciones, y de brillantes metáforas, y casi sin advertirlo transmite a los oyentes una parte de su entusiasmo.
Un escritor puede ser diserto, esto es, puede hacer un discurso fácil, claro, puro, elegante, y aun brillante, y no ser con todo esto elocuente, por faltarle el fuego y la fuerza. El discurso elocuente es vivo, animado, vehemente y patético quiero decir, mueve, eleva, y domina el alma así, suponiendo en un hombre facundo nervio en la expresión, elevación en los pensamientos, y calor en los afectos, haremos un escritor elocuente, decía Capmany y Montpalau.
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