La mayor parte de los niños, desde el punto de vista espiritual, crecen abandonados a sí mismos. Para que se vuelvan dueños de su propio tiempo se les enseña el uso del ordenador y después el idioma inglés, “porque si no sabes inglés no tienes ningún futuro”; y, además, tenis, o danza clásica o natación. En otras palabras: sus días se llenan con una infinidad de cosas, en la convicción de que esas cosas los convertirán en seres humanos completos, capaces de hacer frente a la existencia en calidad de triunfadores. Muchas actividades prácticas y nada que se refiera a la vida interior. Toman la comunión, claro, pero, en la mayor parte de los casos, “porque lo hacen todos”; si la familia no cree en los valores cristianos y no vive en ellos, es muy difícil que pueda participar en este paso tan importante. Así es como se crean niños hiperinformados, a los siete u ocho años ya lo saben todo, hablan con términos competentes y con la sabiduría algo sabihonda de pequeños adultos, manipulan ordenadores y videojuegos con la misma naturalidad con que nosotros, cuando niños, lanzábamos las canicas; contemplan sin pestañear películas de horror que quitarían el sueño a mas de un adulto. Nada los asombra, manifiesta Susanna Tamaro, nada los asusta y nada los deja boquiabiertos, están sentados en medio del caos de nuestros días con la distante imperturbabilidad de unos pequeños bonzos.
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