Cuenta el historiador Menéndez Pelayo que es evidente y sabido influjo de la heterodoxia enciclopedista, representada por las logias francmasónicas de uno y otro lado de los mares, en la desmembración de nuestro poderoso imperio. Fue ésta la mayor hazaña de aquellas filantrópicas asociaciones, y, aunque todavía permanezcan envueltos en densas nieblas muchos pormenores, bastan los que sabemos y los que los mismos americanos y los liberales de por acá han querido revelar para que trasluzcamos o sospechemos lo demás que callan. Afirma el excelente escritor mejicano D. José María Roa Bárcena en su biografía de Pesado que la masonería fue llevada a México por la oficialidad de las tropas expedicionarias españolas que fueron a sofocar la insurrección.
Ritual masónico de iniciación, comienzos siglo XIX, México. |
José Cerneau, que en la isla de Santo Domingo había recibido del judío Esteban Morín la iniciación hasta el grado 25, y que luego recorrió las Antillas españolas y una parte de la América del Sur vendiendo mandiles y cordones. Sus trabajos traían larga fecha. Ya en 1806 había fundado en Nueva York un Supremo Consejo del grado 33 e impreso en castellano un manual masónico, que circuló profusamente en México y en Venezuela.
Militares españoles que habían pasado a México, dice Menéndez Pelayo, llevaron allá el plantel de las logias, como para acelerar la emancipación. Dicen que el mismo virrey las protegía y que la primera se estableció en México en 1817 o 18 con el título de Arquitectura moral. El venerable era D. Fausto de Elhuyar; entre los afilados se contaban algunos frailes.
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