Aromas. |
Nos hundimos en los olores, nos revolcamos en ellos. No sólo perfumamos nuestros cuerpos y casas, también perfumamos casi cada objeto que entra en nuestras vidas, desde el coche hasta el papel higiénico. Los comerciantes de coches usados emplean un perfume de “coche nuevo”, garantizado para predisponer a los clientes a comprar aun la chatarra en peor estado. Los agentes inmobiliarios suelen rociar con olor a “pastel recién hecho” la cocina de una casa antes de mostrársela a un cliente. En los grandes almacenes se pone un poco de “olor a pizza” en el sistema de aire acondicionado para abrir el apetito de los clientes e inducirlos a hacer una visita al restaurante. Ropa, neumáticos, tinta de rotuladores, juguetes, todo huele a perfume. Incluso se pueden comprar discos de perfume que se tocan como discos de música, salvo que lo que sueltan es aroma.
Se ha probado en muchos experimentos, si uno le da a la gente dos latas de la misma cera para muebles y sólo una de ellas con olor agradable, esas personas jurarán que la perfumada es la que encera mejor. El olor afecta en gran
medida a nuestra valoración de las cosas, así como a nuestra evaluación de la gente. Incluso los productos llamados inodoros están, de hecho, perfumados para disfrazar los olores químicos de sus ingredientes, por lo general con un toque almizclado.
Apenas un veinte por ciento de los ingresos de la industria de la perfumería proviene de perfumes para personas; el otro ochenta por ciento procede de los perfumes destinados a los objetos entre los que vivimos. La nacionalidad influye sobre las fragancias, como han comprobado muchas compañías. A los alemanes les gusta el pino, los franceses prefieren las esencias florales, los japoneses se inclinan por aromas más delicados, los norteamericanos, por los más fuertes, y los sudamericanos los quieren más fuertes todavía.
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