Durante la Edad Media el tiempo no es más que un momento de la eternidad. Sólo pertenece a Dios, sólo puede ser vivido. Tomarlo, medirlo, sacar partido o aprovecharse de él es un pecado. Apoderarse de un solo momento de él es un robo. Este tiempo divino es continuo y lineal. Es diferente del tiempo de los filósofos y de los sabios de la antigüedad grecorromana quienes, si no todos enseñaban el mismo tiempo, todos se hallaban más o menos tentados por un tiempo circular, siempre recomenzando, tiempo del Eterno Retorno. No cabe la menor duda de que ese tiempo, a la vez perpetuamente nuevo, sin repetición posible, y por lo tanto sin poder constituir el objeto de una ciencia, nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, y perpetuamente idéntico, dejó su huella en la mentalidad medieval. La supervivencia más evidente y la más eficaz de todos los mitos circulares es la rueda de la Fortuna. Quien hoy es grande, mañana estará
por los suelos. Quien hoy es humilde, mañana la rueda de la Fortuna le llevará a la cumbre. Sus variantes son múltiples. Todas ellas vienen a decir, de una forma u otra, lo que decía una miniatura italiana del siglo XIV: “Sum sine regno, regnabo, regno, regnavi” (No tengo reino, reinaré, reino, he reinado). Esta imagen procede, sin duda, de Boecio y goza en la iconografía medieval de un extraordinario favor. La rueda de la Fortuna es el armazón ideológico de los rosetones góticos.
La rueda de la Fortuna es el armazón ideológico de los rosetones góticos. |
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