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Eric Dezenhall |
Eric Dezenhall es un gestor de crisis que trabaja en la ciudad de Washington, un profesional al que llaman las empresas cuando se enfrentan a un posible problema grave de relaciones públicas. Dezenhall es un hombre tajante y muy serio, con un intachable currículum republicano (trabajó en la administración Reagan), que más de una vez se ha visto enfrentado con sus clientes: “Hay muchos ejecutivos que no quieren oír lo que tengo que decirles”. De hecho el ser portador de malas noticias puede costarle a uno la carrera. Por muy desesperada que sea la situación, “ cuando se trata de negocios, quiere creer que el mensaje final, y el resultado final, van a ser buenos”. Cuando una empresa le llama porque está en crisis, sus primeras palabras son: “Le voy a decir algo que no le va a gustar, una crisis no es una oportunidad”.
La doctora Barbara Ehrenreich preguntó a Dezenhall si creía
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Barbara Ehrenreich |
que los cargos directivos de las empresas, quienes tomaban las decisiones, habían llegado al punto de creerse la ley de la atracción, o la idea de que uno puede controlar el mundo con sus pensamientos, y me contestó que esa forma de pensar era “un virus. Se lo creen. Las multinacionales pueden ser despiadadas cuando se trata de hacer dinero, pero en cuanto a realismo…”. Y el sector financiero, otrora tan sobrio, no fue inmune a ese virus del pensamiento positivo. Las empresas contrataban a oradores motivacionales o entrenadores, y en algunos casos incluso generaron los suyos propios. Chris Gardner, por ejemplo, escribió un libro contando cómo pasó de vivir en la calle a ser uno de los ejecutivos mejor pagados de Bear Stearns, después de lo cual se hizo conferenciante motivacional. Chuck Mills, trabajó durante varios años en la misma compañía manejando una cartera de inversión de
trescientos millones de dólares, antes de fundar su propia empresa de servicios financieros y de conferenciantes. El optimismo del sector era tal, que cuando llegó la crisis en 2008 a la firma Merril Lynch le costó mucho conseguir que sus analistas bajaran un poco a la tierra y aprendieran a pronunciar de vez en cuando la palabra “vender”.
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