martes, 14 de febrero de 2017

Ante el Partenón y la Alhambra.

Escribe el historiador escocés Montgomery Watt que resulta interesante comparar nuestra actitud ante el Partenón con la que adoptamos ante la Alhambra. Muchas personas que admiran ambos edificios ven en el Partenón un canon de belleza que es al mismo tiempo una expresión del espíritu griego, mientras que en la Alhambra sólo contemplan un objeto dotado de belleza intrínseca, sin referirlo nunca a la cultura que lo había producido. Este contraste merece ser
Alhambra
examinado con mayor detenimiento. Sin duda es natural que tengamos en mayor aprecio la cultura griega que la cultura árabe. La primera forma parte integrante de nuestro propio legado, de nuestra tradición; pero la segunda era en lo fundamental algo ajeno, el gran enemigo, al que era preciso temer incluso en los momentos de admiración. 

La imagen del Islam que hemos heredado se estructuró en los siglos XII y XIII bajo el impacto de este miedo a los sarracenos; e incluso en nuestros días son pocos los europeos occidentales que pueden considerar al Islam con imparcialidad. ¿Pero acaso nuestra falta de aprecio por la cultura de la que proviene un objeto debe afectar a nuestra valoración de su belleza? ¿No podría darse el caso, por el contrario, de que el aprecio por un bello objeto nos proporcionara un medio para llegar a compenetrarnos con esa cultura que nos es extraña? ¿Por qué no ver incluso en ese objeto bello la medida y la realización de la cultura en cuestión? ¿No ha de ser forzosamente grande una cultura, como la de la España islámica, capaz de construir edificios tan magníficos como son la Gran Mezquita de Córdoba y la Alhambra de Granada? Hay una diferencia evidente entre el
Gran Mezquita de Córdoba
Partenón y la Alhambra. Cuando admiramos el Partenón, lo hacemos principalmente desde el exterior, mientras que la Alhambra solamente puede admirarse desde el interior. Pero esto no tiene nada que ver con una contraposición entre la esfera religiosa y la esfera temporal, ya que lo más valioso de la Gran Mezquita de Córdoba se encuentra fundamentalmente en el interior. Se ha sugerido, por otra parte, que los esbeltos pilares de la Alhambra, con su elaborada y maciza superestructura, expresan la venida al mundo, desde un reino celestial, de algo cuyo valor y significado es eterno, mientras que otros edificios expresan más bien el intento del hombre por ascender a los cielos. Ahora bien, pueden hacerse múltiples interpretaciones de este tipo, algunas de las cuales serán sin duda más ampliamente aceptadas que otras. Pero incluso la más perfecta de todas ellas será necesariamente insatisfactoria en medida considerable, porque la apreciación de la belleza no puede reducirse nunca a términos conceptuales.
Alhambra

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