La mayoría de los seguidores de Podemos e Izquierda Unida están convencidos que las empresas no tienen otra finalidad que burlar impuestos, explotar a los obreros, sacar el dinero fuera del país y perpetrar operaciones turbias en complicidad con el Estado.
Si, en muchos casos, ocurre efectivamente así, es por culpa exclusiva del Estado. Es el, y no las empresas y los empresarios, el que fija las reglas del juego económico y el que debe hacerla cumplir. Es el quien procedido de tal modo que, a menudo, para una empresa la única manera de tener éxito sea recibiendo privilegios cambiarios o monopólicos y corrompiendo a los políticos y de que las condiciones de seguridad sean tales que no haya incentivos para reinvertir en el país y sí para sacar el dinero al extranjero. Es el Estado el que, distorsionando y trabando el mercado, ha restado toda clase de estímulos para producir y ha generado condiciones para especular.
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