Pedro Abelardo. |
El pecado para Abelardo es concebido como un acto interior mediante el cual se consiente el mal. No es una substancia ni una existencia positiva, sino más bien una ausencia, la no realización de lo que Dios quiere. Esta definición negativa le lleva a distinguir el pecado del vicio, que consiste en la inclinación de la voluntad hacia las acciones malas; cuando esa inclinación es reprimida, el acto moral será meritorio.
El pecado, en definitiva, es el libre consentimiento del mal; no consiste en la acción sino en la intención. Por eso calificamos su ética de intencional. Al final de su vida, repetirá la misma idea: “Las acciones se juzgan buenas o malas sobre la base de la intención que las anima; por sí mismas son indiferentes” (Diálogo entre un filósofo, un judío y un cristiano). Si, pues, es la intención la que hace que un acto sea moral o no, ¿cuándo podemos calificarla de buena? La respuesta de Abelardo refleja bien su mentalidad cristiana medieval. “Una intención no debe llamarse, entonces, buena porque parezca buena, sino porque además es tal como parece, lo cual sucede cuando el hombre, al creer que agrada a Dios en aquello hacia lo que tiende, no se engaña en tal creencia” (Ética, cap. XII).
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