El General Yoshijiro Umezu, Jefe del Ejercito Japones, firma el documento de rendición
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Con la rendición de Japón el 2 de septiembre de 1945, la Segunda Guerra Mundial había durado seis años y un día, involucrando a casi sesenta naciones, además de diversos territorios coloniales e imperiales. Durante aquellos seis años murieron sesenta millones de personas, incluyendo casi diez millones en Alemania y Japón, y más del doble de esta cifra en la Unión Soviética, aproximadamente 26 millones, una tercera parte de ellos soldados. Para describir esta “época grande y terrible”, como George Marshall la denominó, harían falta nuevas palabras, como “genocidio”, y las palabras viejas adoptarían nuevos usos como “holocausto”.
Una floreciente e intacta base industrial |
Los Estados Unidos salieron de la Segunda Guerra Mundial con unas ventajas extraordinarias que le aseguraban la prosperidad durante décadas. Una floreciente e intacta base industrial, una población sin demasiadas secuelas de la guerra, energía barata, dos tercios de las reservas de oro del mundo, y un gran optimismo. Como principal potencia de la Europa occidental, del Mediterráneo y del Pacífico, en posesión de armas atómicas y de una potencia naval y aérea inigualable, los Estados Unidos estaban dispuestos a explotar lo que el historiador H. P. Willmott describió como “el fin del período de supremacía europea en el mundo que había durado cuatro siglos”.
Si la guerra había disipado el aislacionismo americano, también había fomentado la excepcionalidad americana, así como una inclinación a las soluciones militares y una autoestima que llevó a muchos a etiquetar su época como “el siglo americano”. “El poder, como escribió John Adams, siempre piensa que tiene un alma grande”. La guerra fue un potente catalizador para un cambio social en toda la república. Las nuevas tecnologías (aviones, ordenadores, misiles balísticos, penicilina) no tardaron en estimular nuevas y vibrantes industrias, que a su vez incentivaron la emigración de obreros negros del sur hacia norte, y de todos los pueblos hacia el occidente emergente, dice Rick Atkinson. La Ley para la Reintegración de los Combatientes sentó a millones de soldados en las aulas de las facultades, estimulando una movilidad social sin precedentes. Diecinueve millones de mujeres americanas habían accedido a puestos de trabajo al final de la guerra. El modesto experimento de integración racial en batallones de infantería acabó con la guerra, a pesar del acuerdo casi universal de que los fusileros negros habían actuado con habilidad y en armonía con sus camaradas blancos. Sería necesaria una orden presidencial de 1948 para abolir la segregación militar, y haría falta mucho más para dar la vuelta a tres siglos de opresión racial en América,dice Atkinson.
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