Elizabeth Bowen en su libro “El fragor del día”, relata el siguiente dialogo: “¿Y tú por qué quieres saber por qué se hace algo? Tú, quiero decir…, dada tu ocupación. El "qué" y el "cómo" los entiendo; pero no veo a qué viene querer saber el "porqué". —Viene a que es necesario conocer el principio —dijo Harrison vivamente—, el comienzo. Hay una fase en que es muy útil saber el porqué. Conocer el porqué puede inclinar la balanza de lo probable a lo seguro. Por no hablar de esos casos en los que el porqué y el cómo están conectados: si un tipo hace cosas por una razón en particular, es probable que lo haga de un modo en particular.
El comienzo aparentemente olvidado de cualquier historia es inolvidable; uno siempre tiene la sensación de que debe de haber habido un comienzo en algún punto. Igual que cuando se pierde el primer folio de una carta, o faltan las primeras páginas de un libro. El poder de los principios nunca permite que se olviden del todo. Se llame como se llame, se llame amor malogrado o lo que sea.
El principio, en el que se engendrada el final, naturalmente sigue moldeando el nudo de la historia, de manera que nada de lo que ocurre en el transcurso de la vida esta acabado y concluido por completo, ni es definitivo, ni es naturalmente el final. Si se opta por considerar que el camino que se coge al principio no es más que un falso comienzo, ¿quién podrá saber, al fin y al cabo, adónde se puede llegar?
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