miércoles, 14 de septiembre de 2016

Cuando hay que enterrar el pasado.

El otro día estuve cenando con un amigo del barrio. Su mujer se había ido con un compañero de trabajo; le abandonó junto a dos niñas que aun van al colegio.

Abandonado.
El hombre estaba destrozado, según contaba,en ningún momento había imaginado el desenlace de su historia matrimonial de este modo. También, nos dijo, está el trauma de las niñas. Estas se echaban la culpa de la ausencia de su madre.Las niñas dicen que su mama se ha ido porque son unas desordenadas. Siempre decía a las niñas que es imposible vivir en una casa con ese desorden.

el trauma de las niñas
La verdad es que las cosas nunca son fáciles, nunca se presentan como las habíamos imaginado.

Desayunando en el bar con  mi amigo, nos hemos encontrado con Don Juan, el parroco. La desgracia de la separación es el monotema de toda su conversación, y cuando ha visto al cura ha vuelto a contar su tristeza.


Don Juan le dice que a veces la gente nos defrauda. Sufrimos un tiempo. A lo mejor durante mucho tiempo. Y después poco a poco empezamos a perdonar.Mi amigo, mirándonos con una mirada mezclada de dureza y tristeza, dice, con voz ronca, que el no sabe perdonar.Nadie sabe, le contesta Don Juan. 
Penelope Stokes
Recuerdo un libro de Penelope Stokes y parafraseando  a la escritora le digo:  “Nadie sabe. Lo que hay que hacer es levantarse por las mañanas y poner un pie delante del otro. Dar un paso tras otro, dejar que las heridas cicatricen hasta encontrar la fuerza para enterrar el pasado”.


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