hombres mundanos apenas nacidos, dice la Sabiduría, dejaron de existir, y no pueden mostrar signo alguno de virtud, y se consumen en su maldad. |
El caso es que todos los hombres mundanos “apenas nacidos, dice la Sabiduría, dejaron de existir, y no pueden mostrar signo alguno de virtud, y se consumen en su maldad” (Sap V, 13). Pueden ser ricos o pobres, cultos o ignorantes, refinados o zafios, decentes exteriormente o de vida escandalosa, pero en el fondo son todos iguales. No tienen fe, no tienen amor. Son impuros y orgullosos. Se muestran muy de acuerdo unos con otros, tanto en opiniones como en conducta. Advierten este acuerdo mutuo y lo consideran una prueba de que su conducta es correcta y sus opiniones verdaderas. Como el árbol, así es el fruto. No es de extrañar que exista en todos el mismo fruto, si procede de la misma raíz, de una naturaleza no regenerada e inmunda. Ellos, en cambio, lo consideran bueno y saludable, porque ha madurado en muchos. Y expulsan como odiosa e insoportable la doctrina pura de la Revelación, tan severa con ellos. Nadie ama las malas noticias, nadie recibe alegre lo que le condena. El mundo calumnia a la Verdad en defensa propia porque la Verdad le denuncia.
Cardenal John H. Newman |
Es agudo, diligente e ingenioso,dice el Beato Cardenal John H. Newman, y emplea, sin darse mucha cuenta, estas cualidades en la causa del mal. Alienta una secreta antipatía hacia las verdades y actividades religiosas, así como una repulsión inconsciente, que no conseguiría explicar si alguna vez lo intentara. Así le ocurrió a Caín, primogénito de Adán, que asesinó a su hermano sencillamente porque las obras de éste eran buenas. Así les ocurrió a aquellos desgraciados niños de Bethel, que insultaron al profeta Eliseo. Cualquier cosa sirve, en efecto, al propósito ridiculizador y ofensivo del hombre de mundo, que se irrita siempre por la presencia de la religión.
El tentador, sigue narrando el Cardenal Newman, ya no le invita a cometer nuevas faltas, no sea que su conciencia se turbe; se limita a dejarle tranquilo para que se distraiga con apariencias de fe, piedad y práctica religiosa; le ayuda incluso a que se cubra con formas de religión que consuelen la debilidad de su edad terminal, pues sabe bien que no puede durar mucho, que la muerte es cuestión de tiempo, y que pronto podrá llevarlo con él.
Si mantiene algo como verdad, lo defiende únicamente a modo de opinión, y si conserva una cierta paz y calma, es la calma, no del cielo, sino del decaimiento y la disolución.
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