Escribe el filósofo Julián Marías que “cuando el cine es fiel a si mismo y no abandona sus posibilidades a cambio de un plato de lentejas ( un momento de popularidad, los elogios de los críticos, los premios de los festivales), es capaz de realizar y presentar algo que es uno de los núcleos más profundos de la educación, los temples de la vida. Si se analizara su influjo a lo largo de unos cuantos decenios, en diversos paises, en los distintos estratos sociales, en las diferentes edades, en hombres y mujeres, se podría descubrir en ello la explicación de la gran parte de las variedades humanas de nuestro tiempo. La finura o tosquedad, la riqueza o ausencia de matices, el esmero o abandono de la conducta, la belleza y el decoro de la presencia, las formas de trato, el uso de la lengua, el repertorio de las estimaciones, los grados de la moralidad, la presencia o ausencia de religiosidad, el respeto o el desprecio, el puesto en la vida de la esperanza, la desesperación o la desesperanza, todo eso ha quedado afectado a nuestro tiempo por el cine, que sería un recurso imprescindible para entender de verdad y a fondo el siglo que nos ha tocado vivir.”
“El cine se ha nutrido, todavía más que la literatura, de esa realidad que es el amor. Más, porque ha contado con la corporeidad del hombres y mujeres, con su realidad visible, con sus gestos y su expresión, con sus voces y el sentido de la palabra. Ha permitido asistir a las diversas relaciones posibles entre hombres y mujeres, con la evidencia de lo que está presente, pero que no renuncia al papel decisivo de la imaginación.”







