sábado, 22 de noviembre de 2025

El hombre solo puede mirar a lo sobrenatural cuando tiene un conocimiento recto y ordenado de lo natural


El hombre solo puede mirar a lo sobrenatural cuando tiene un conocimiento recto y ordenado de lo natural, es decir, de la realidad, cuando toma conciencia de sí mismo y cuando descubre el abismo entre lo que es y lo que anhelaría ser. Conocer la biología o las leyes matemáticas nos ayuda a hacernos las preguntas últimas sobre el por qué del orden del universo, o de la belleza de la vida. Pero hoy la importancia de la transmisión del saber como descubrimiento de la realidad ha decaído, manifiesta Emilio Boronat, profesor de la Universidad Abat Oliba. San Juan Bautista de la Salle hablaba de la escuela como el alumno y el maestro compartiendo una experiencia de vida bajo la atenta y presente mirada de Dios (la presencia constante de lo sobrenatural penetrando lo natural), pero hoy todo se vive en función de lo inmediato.
Si el hombre no está regido por algo mayor que su inmediatez o el poder político, no es capaz de distinguir entre mandatos justos e injustos. Dicho simple, dice el profesor Boronat, cuando no hay Dios, algo ocupa su lugar. Y este suele ser el más aprovechado, el más embustero, el más hábilmente sofista… o todo junto, que es lo que constituye el poder cuando no se funda en el bien, la verdad y la justicia. La cultura de la cancelación está calando tan hondamente en las gentes precisamente porque han perdido la capacidad de juzgar. Y entonces entra el poder, que exige una neo-Inquisición y un control social de todo sobre todos.

Europa se está suicidando


“Europa se está suicidando. O al menos sus líderes han decidido que se suicide”. Con estas palabras comienza el escritor Douglas Murray La extraña muerte de Europa, (Identidad, inmigración, islam), libro-reportaje que estuvo veinte semanas en la lista de best sellers del Sunday Times, cuando se publicó en Reino Unido en 2017. Las causas de ese suicidio son, expone el autor, la caída de la natalidad, la inmigración masiva, particularmente musulmana, y la falta de fe de Europa en su herencia religiosa y cultural.
El exsenador socialista Thilo Sarrazin que en su libro Deutshland Schafft Sich Ab (Alemania se abole a sí misma) advertía que la baja natalidad de los germanos y la inmigración musulmana estaba transformando la naturaleza de la sociedad alemana. Y pone diversos ejemplos de la “gran sustitución”, como el de Londres, donde solo el 44% se considera “británico blanco” o el de Austria, donde a mediados de siglo, la mayor parte de los menores de quince años será musulmana. El proceso, explica Douglas Murray, comenzó después de la Segunda Guerra mundial, cuando Europa necesitaba mano de obra y la trajo de lo que habían sido sus colonias en África y Asia. Gran Bretaña se llenó de pakistaníes e hindúes; y Francia de argelinos, marroquíes, subsaharianos. Alemania, por su parte, se pobló de trabajadores turcos. Posteriormente y debido a la caída de la natalidad, Europa admitió nuevas oleadas migratorias y una vez comenzado el flujo ya no se pudo parar. Pensaron los gobernantes europeos que los trabajadores invitados  terminarían regresando a sus países. Pero no fue así, y a partir de los años 70 trajeron a sus familias, y comenzaron a llegar otros muchos sin contrato de trabajo, atraídos por el generoso sistema asistencial y por la certeza de que quien pone pie en Europa termina quedándose. Medio siglo después, el Continente no solo cambió su fisonomía (las lluviosas y frías calles se llenaron de gentes vestidas con ropa propia de las arenas de Arabia) sino también sus costumbres, y los migrantes, singularmente los musulmanes, no se integraron, sino que continuaron fieles a su concepción del mundo.
Desde finales del siglo XX, los gobiernos europeos mantuvieron sus generosas políticas migratorias, justificándolas mediante diversos argumentos que el autor desmonta en el capítulo Los excusas que nos damos. El primero es el beneficio económico que reporta al país receptor. Los inmigrantes, se decía, vienen a pagarnos las pensiones. No fue así en el caso del Reino Unido; según un informe de la University College London, los inmigrantes llegados entre 1995 y 2011 habían costado más de 100.000 millones de libras a los contribuyentes británicos. Los beneficios económicos producidos por la inmigración favorecen casi únicamente a los propios migrantes y son éstos quienes pueden acceder a unos servicios públicos por los que no habían tenido que pagar. Con mucha frecuencia, alega Murray, envían el dinero que ganan a las familias que viven fuera del país receptor, en lugar de servir a la economía local. Sin olvidar que no suele haber un control riguroso sobre los destinatarios de las ayudas estatales. Resulta llamativo que los autores de varios atentados terroristas en Bélgica las estuvieran recibiendo; y que el sospechoso de ser jefe de los ataques de París de 2015 hubiera estado cobrando ayudas al desempleo por valor de 19.000 euros, con lo que la sociedad europea se convertía en la primera de la historia que pagara a criminales para que la atacaran, sentencia Murray.

viernes, 21 de noviembre de 2025

Los rusos, afirman los ucranianos, han robado la historia de Ucrania


Tras siglos de expansión rusa territorial indiscriminada en la que llegaban insertos valores y saberes que cuestionaban sus ideas y su estatus, los rusos comenzaron a preguntarse por su identidad: “¿Quiénes somos?; ¿qué tipo de nación formamos?; ¿qué derecho tenemos a compararnos con las naciones occidentales?”. Y llegaron a una respuesta histórica: somos los herederos de la Rus de Kiev; nuestros padres son los descendientes de los príncipes de la Rus de Kiev; tenemos el derecho histórico a conquistar los pueblos del sur y el oeste de Moscovia, porque su tierra es el antiguo patrimonio de la Rus de Kiev. La respuesta tiene una doble cara porque, si los rusos eran verdaderamente los descendientes de aquellos moradores, ¿quiénes eran los ucranianos entonces?, ¿cuáles sus demandas? La reacción llegó en el XIX cuando “una nueva generación de historiadores y poetas nacionalistas ucranianos propugnaron una teoría que respondía a todas estas cuestiones. Los rusos, afirmaron, habían robado la historia de Ucrania. Rusia había mentido, había intentado privar a Ucrania del legado de la Rus, le había rebautizado como “la pequeña Rusia” y se había apropiado de la gloria de Kiev, la belleza de Santa Sofía, los mosaicos y los iconos. Pero ese robo aún podía revertirse”.
Inventada o no, Rusia había llegado primero a una respuesta, mientras Ucrania se enredaba en cuestiones existenciales. ¿Y Bielorrusia? “Siempre era fácil decir lo que los bielorrusos no eran, no eran polacos, ni rusos, ni ucranianos. Pero resultaba mucho más difícil definir lo que eran. Nunca habían sido independientes; pero, lo que era aún peor, hasta el siglo XX nunca habían intentado serlo, como sí habían hecho los ucranianos”.


Referencia: Entre Este y Oeste, el viaje de Anne Applebaum

El relativismo moral conduce a la barbarie


Necesitamos, dice el filósofo Francesc Torralba, una tecnoética que evite caer en los sesgos algorítmicos. Urge una ética global, fundada en la razón, capaz de discernir lo correcto y lo incorrecto y que tenga una dimensión universal y no solo particular. El relativismo moral conduce a la barbarie, al todo vale y eso tiene siempre consecuencias trágicas para los grupos más vulnerables de la sociedad, porque el más fuerte impone su criterio violentamente. La razón humana trasciende la inteligencia artificial, nos habilita no solo para el cálculo, sino para meditar, sentir, orar, experimentar el misterio del mundo y atisbar, aunque sea de un modo precario, el Ser infinito que nos sustenta, diría Edith Stein.

jueves, 20 de noviembre de 2025

Un diálogo amable es un regalo, y, tener con quien establecerlo, un tesoro


Decir el nombre del otro, crea cercanía; dejarle hablar y escucharle, genera confianza; confundir u olvidar su nombre, muestra poco aprecio. Para una persona, su nombre es el sonido más importante del idioma; sentirse escuchado, estimula su autoestima y demuestra nuestro interés por él. Un diálogo amable es un regalo, y, tener con quien establecerlo, un tesoro.


La alegría que brota del corazón sereno suele ir acompañada de un buen humor discreto, que no exige el chiste fácil, sino que genera sintonía y confianza. El buen humor nos lleva, incluso, a descubrir y aceptar las incoherencias de la propia vida y a concentrar nuestro esfuerzo no en el lamento inútil del fracaso sino en el deseo de superación. El buen humor y la sonrisa amable es una fuente de felicidad gratuita para los demás; una sonrisa cuesta poco y hace mucho, es descanso para el fatigado, luz para el abatido, un rayo de sol para el triste y el mejor remedio contra las preocupaciones.


Alicia en el País de las Maravillas


En el libro Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll el mundo de Alicia tiene una fuerza hipnotizante, porque acude a resortes secretos del lector, que reconoce inmediatamente una situación, más por su instinto que por su inteligencia. Sus escenarios, más que lugares, son situaciones emotivas, que provocan el extraño sentimiento de reencontrar algo que uno ha vivido, escribe José de Segovia. 
El pastor y profesor de matemáticas del Trinity College de Oxford, Charles Lutwidge Dogdson, acompañó una tarde de verano de 1862 a su colega, el reverendo Duckworth, en una excursión en barca por el Támesis. Llevaban a las tres hijas del deán de la iglesia de Christ Church, Lorina, Alicia y Edith Liddell. Las niñas aburridas, quisieron oír uno de los estrafalarios cuentos que solía narrar el reverendo Dogdson. Ese día decidió que lo protagonizara Alicia, que acababa de cumplir diez años. Ante su asombroso argumento, el pastor Duckworth le preguntó si estaba improvisando. Dogdson le dijo que sí, pero que lo estaba “inventando paso a paso, más por tener que decir algo, que por tener algo que contar”. La historia original se llamaba “Las aventuras de Alicia bajo tierra”. La niña le pidió al pastor que lo pusiera por escrito y las navidades siguientes, se lo regaló copiado de su puño y letra, acompañado de unos encantadores dibujos. Tres años más tarde lo publicó, bajo el nombre de Lewis Carroll. Hace 150 años nadie podía imaginar que este cuento infantil iba a tener tanto éxito.
Charles Lutwidge Dogdson
Decía Cabrera Infante que “su autor inventó casi él solo toda la literatura de nuestro siglo”. Antes de que Kafka escribiera una sola línea, ya había gritado la reina de Alicia: “¡No, no! ¡Primero la sentencia… el veredicto después!”. Se ha señalado repetidas veces el parecido entre la obra de Carroll y la de El Castillo, o El Proceso, pero mientras que el mundo del escritor judío de Praga resulta opresivo y deprimente, el de Alicia es tremendamente revolucionario. En el mundo de Carroll, lo absurdo se une a lo trágico, como en la vida misma, pero los libros de Alicia, más que enseñar, se burlan de los rituales mismos de la enseñanza, como observa Alberto Manguel. Cuando es examinada por las Reinas Blanca y Roja (“¿cómo se dice turulululú en francés?”), ella contesta con su “nosense” (“Turulululú no es una palabra española”), para exasperación de la Reina Roja (“¿Quién dijo que lo era?”). Denuncia así, la injusticia de la condena del Mensajero del Rey, como la codicia y el despotismo de la Reina (“habrá mermelada ayer y mermelada mañana, pero nunca mermelada hoy”).
Alicia se enfrenta a la aparente insensatez de este mundo (”no puedes evitar andar entre locos”, le dice el Gato de Cheshire, ya que “todos estamos locos aquí”). Como dice Jaime de Ojeda, “el mundo del alma es complejo e imprevisible, y la vida nos obliga a atravesar circunstancias no menos complejas e ingobernables”. Es así como “cada uno procura encontrar su propio camino en esa dicotomía laberíntica del propio ser y de la vida”. Pasamos así, del asombro y el miedo de la infancia, a la indignación ante la idiotez y la hipocresía de la adolescencia, que pone luego en evidencia, como adultos, nuestras infamias y fracasos. 

miércoles, 19 de noviembre de 2025

El antisemitismo durará tanto como el tiempo mismo


¿Cómo es posible que el destino de un país más pequeño que una región italiana o que dos departamentos franceses pueda tener tanta repercusión en el futuro del mundo? ¿Por qué 9 millones de judíos que reclaman una tierra tan diminuta son un escándalo para 2.000 millones de musulmanes, que poseen 57 países y afirman la unidad de la Ummah? También podríamos preguntar directamente: ¿por qué el Verbo se hizo judío?
No podemos dejar de verlo, aunque hay que creerlo. Este pueblo está marcado por una elección que es el primero en no comprender. El judío puede no tener fe en Dios, pero Dios sigue teniendo fe en él, apartándolo de las naciones, casándose con él para bien o para mal, y encargándole finalmente la misión de aguafiestas y revelador... Tan pronto como el orden mundial quiere cerrarse sobre sí mismo, ahí está él, desconcertante e inquietante, irrupción de la trascendencia a pesar suyo. En la era de los nacionalismos se le critica por ser demasiado cosmopolita; en la era de la globalización, por ser demasiado nacionalista. ¿Se le retrata como un Rothschild? Aquí está Einstein. Aquí está Marx (Karl o Groucho). Incluso sus esfuerzos por asimilarse completamente acaban discriminándole. Se convierte en el más austriaco de los escritores austriacos, como Stefan Zweig, algo que el Hitler austriaco no podía soportar. Incluso Super-Man es una invención de Siegel y Shuster, descendientes de inmigrantes judíos de Ucrania y Lituania; y Astérix el Galo, de Goscinny, nieto de un rabino polaco...
Con semejante escándalo, podemos predecir que el antisemitismo durará tanto como el tiempo mismo. Al igualitarista no le gusta el judío porque es recalcitrante a su máquina niveladora; el antisemita es superior a él porque tiene el instinto de lo sobrenatural. Presiente que algo extraño sucede con el judío, algo más extraño que lo que sucede con el simple extranjero.Esta elección no es precisamente ningún enchufe, al contrario, es la exigencia de una rectitud a prueba de todo, a no sucumbir a la tentación del orgullo y del desprecio, a mantener, una vez más, el honor en medio del horror.
Al hacer esta constatación, no estoy ofreciendo una solución (¡gracias a Dios! una solución sólo serviría para separar el trigo de la paja). En realidad redoblo el problema. No se puede ser pacifista, hay que responder a la agresión; no se puede ser belicista, no basta con reaccionar. Necesitamos un jefe de guerra llevado en las alas de la Paloma, que sólo desenvaine la espada para plantar el olivo.Este doble problema era ya el de Juana de Arco.