La vida entera está gobernada por la gastronomía. El llanto del recién nacido llama al pecho que lo amamanta y el moribundo todavía recibe con cierto placer la pócima suprema que por desgracia ya no puede digerir. También se ocupa la gastronomía de todas las jerarquías sociales, porque si dirige los banquetes de soberanos reunidos, calcula asimismo el número de minutos necesarios a fin de que no hierva más que lo preciso un huevo convenientemente pasado por agua. El objeto material de la gastronomía abraza todo cuanto es comible, su fin directo es la conservación del individuo y sus medios de ejecución están constituidos por la labranza que produce, el comercio que verifica transacciones, la industria que elabora productos y la experiencia que inventa cómo debe disponerse todo para su aplicación más ventajosa.
Es notorio que los pueblos semibárbaros siempre tienen costumbre de tratar sólo durante la comida asuntos de cierta importancia. En los festines deciden los salvajes declarar la guerra o hacer la paz; y sin ir tan lejos, vemos que son las tabernas en donde los aldeanos verifican toda clase de negocios. Tal observación no ha sido perdida para los que con frecuencia tienen que ocuparse de grandes intereses y, consiguientemente, descubrieron que el hombre después que ha comido no era el mismo que cuando ayunaba, que la mesa establece una especie de lazo entre el anfitrión y el convidado, haciendo a éste más apto para recibir ciertas impresiones y someterse a determinadas influencias. De todo esto, ha nacido la gastronomía política. Las grandes comidas se han convertido en cierta especie de gobierno y en los banquetes se decide la suerte de los pueblos. Esto ni es paradójico, ni siquiera nuevo; pero sencillamente sirve para consignar observaciones de hechos. Ábranse todos los escritores históricos, desde Herodoto hasta nuestros días, y se verá que, sin exceptuar siquiera las conspiraciones, jamás se ha verificado ningún gran acontecimiento que en su correspondiente festín no estuviese concebido, preparado y dispuesto.
Referencia: Fisiología del gusto (Jean Anthelme Brillat-Savarin)







