Para el historiador británico Ian Kershaw pocos dirigentes políticos del siglo XX, si es que hay alguno, disfrutaron de mayor popularidad entre su propia gente que Hitler en la década posterior a la fecha de su acceso al poder, el 30 de enero de 1933. Se ha sugerido que, en la cima de su popularidad, nueve alemanes de cada diez eran “seguidores de Hitler, personas que creían en el führer”. Sea cual fuere la calificación que pueda merecer tan escueta afirmación, puede aseverarse con certeza que el apoyo al partido nazi nunca alcanzó niveles parecidos, como los propios dirigentes nazis reconocían sin dificultad. La aclamación de que era objeto Hitler iba mucho más allá de la que recibían quienes se consideraban a sí mismos nazis, e incluía a muchas personas que eran críticas con las instituciones, las políticas y la ideología del régimen. Éste era un factor de fundamental importancia en el funcionamiento del Tercer Reich. La adulación de que era objeto Hitler por parte de millones de alemanes que, de otro modo, tal vez sólo se hubieran comprometido con el nazismo de manera marginal, implicaba que la persona del fuhrer, en tanto que punto focal de un consenso básico, constituía una fuerza integradora crucial en el sistema de gobierno nazi. Sin la ingente popularidad personal de Hitler, sería impensable el elevado nivel de aclamación plebiscitaria con que el régimen pudo contar en repetidas ocasiones, una aclamación que legitimaba sus acciones en el interior y en el extranjero, apaciguaba a la oposición, impulsaba la autonomía del mando y la independizaba de las tradicionales élites nacional-conservadoras que habían imaginado que serían capaces de mantener a Hitler a raya, y sostenía el frenético y crecientemente peligroso ímpetu del dominio nazi. Y lo que es de la máxima importancia, el inmenso pedestal de popularidad de Hitler hizo que su propia posición en el poder resultase aún más inexpugnable, proporcionando las bases para el selectivo proceso de radicalización que sufrió el Tercer Reich y por cuyo efecto las obsesiones ideológicas del führer comenzaron a traducirse en realidades factibles.
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