Para perfeccionarse espiritualmente, el hombre tiene que tener el tipo de seguridad que sólo le ofrece la propiedad. Tomás de Aquino adoptó de Aristóteles la idea de que las posesiones hacen posible que las personas puedan practicar la caridad, una obligación cristiana. Dar limosna era un corolario esencial de la propiedad, y los ricos están moralmente obligados a entregar a los pobres la riqueza superflua. El Octavo Mandamiento, que prohíbe el robo, implica claramente la santificación de la propiedad; lo mismo sucede con el Décimo Mandamiento, que proscribe codiciar “los bienes ajenos”.
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