Iñaki Ezkerra, uno de los fundadores de la asociación el Foro de Ermua, escribe que los nacionalistas y los populistas que se quedan tan anchos anteponiendo el proyecto más rupturista y traumático a las consecuencias que pueda tener en una economía, en la educación, en la convivencia o en las vidas privadas de los ciudadanos, comparecen infaliblemente en los medios de comunicación con una serenidad sospechosa de maestros zen. Los «Mases» y los «Iglesias», los «Urkullus» y los «Puigdemontes», como hace unos pocos años los «Pujoles» y los «Arzalluz», hacen gala en las emisoras y los platós de una calma espiritual y unos modales que les deben de situar interiormente ante el dilema de si son ellos mismos o el duque de Edimburgo; de si se hallan en el casting para un anuncio de Valium o si van a fundar una religión. Saben bien a quién se dirigen, a una sociedad embrutecida por la telebasura que, por esa razón misma, rinde un supersticioso culto a la cortesía de caricatura, a la urbanidad de libro, a la falsa y acartonada educación. Como buenos goebbelsianos, son muy conscientes de que su fuerza está en la propaganda, en los medios de comunicación, y por esa razón tratan a sus entrevistadores con un servil respeto en las formas que se da de tortas con sus descabelladas ideologías del odio y del desprecio. Con esa pátina de moderación epidérmica que esconde una radicalidad irracional, cuando no criminal, dibujan en el mapa nuevas fronteras que debemos aceptar como propuestas cabales, ignorando o queriendo ignorar que la tierra y su reparto han sido, y son, la principal fuente de conflictos en la historia de la humanidad.
Jordi Pujol |
Aquí ya no estamos ante el rechazo del inmigrante, sino ante la acuñación, fabricación e imposición de lo que es un buen vasco o un buen catalán. El mal se hallaba en la doctrina que va de la comparación del español con el mono en Sabino Arana, hasta el RH negativo de Xabier Arzalluz y de la obsesión por preservar la pureza aria sin mezclarse con la inmigración de Enric Prat de la Riba, o las “diferencias entre cráneos catalanes y castellanos” que establecía Daniel Cardona, hasta el “estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual” en los que viviría sumido “el hombre andaluz” según las reflexiones de Jordi Pujol en su libro La inmigración, problema y esperanza de Cataluña, publicado en 1976.
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