Cuenta el científico Manuel Toharia que si alguien dijera que ese movimiento diurno del Sol, lo vemos nacer y luego va a pasar por encima de nuestras cabezas a lo largo del día, para acabar poniéndose por el lado opuesto, no existe, porque en realidad los que nos movemos somos nosotros, se lo tomaría por loco. Pero si es evidente, lo vemos con nuestros propios ojos a lo largo de las horas, que el Sol no está quieto sino que se mueve de este a oeste. Pero a todos nos han enseñado desde niños que, en contra de las apariencias, es la Tierra la que gira de oeste a este, y el Sol el que durante ese tiempo está quieto. Lo crucial de este asunto es que nos enseña algo difícil de aceptar, no debemos fiarnos de las supuestas evidencias proporcionadas por nuestros sentidos, porque estos nos engañan más de lo que quisiéramos. Aunque veamos al Sol moverse, la realidad es que es la Tierra la que gira sobre su eje; no porque podamos verlo, sino porque nos lo han dicho los que saben más que nosotros… Y les creemos a ellos, no a nuestros ojos. ¿Entonces, eso quiere decir que, en este asunto y en muchos otros similares, la mayoría de las personas nos comportamos como si fuéramos creyentes de algo que es, después de todo, una realidad científica? ¿De verdad sabe todo el mundo explicar por qué la Tierra es la que gira de oeste a este, y no es el Sol el que se mueve de este a oeste, como parece? Por supuesto, el movimiento respectivo del sistema Sol-Tierra tiene una base científica demostrable. Y que la explicación se oponga a la evidencia de nuestros ojos no deja de ser una notable paradoja, que parece justificar lo que algunos dicen de la ciencia, a saber, que se ha convertido en una especie de sustituto de la religión. Lamentablemente, eso es cierto en bastantes casos. Si echamos una ojeada escéptica a casi todo lo que se supone que sabe la población en general, por difícil que sea establecer qué es eso que se supone que sabemos todos, hay que reconocer que nos fiamos casi a ciegas de los expertos en ciencia y tecnología, del mismo modo que los fieles de una confesión religiosa se fían de sus sacerdotes.
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