Placer. |
Si el placer fuese realmente el sentido de la vida, habría que llegar a la conclusión de que la vida carece, en rigor, de todo sentido. Pues ¿qué es, en último resultado, el placer? Un estado, simplemente.
El materialista, y el hedonismo suele correr parejo con el materialismo, se podría incluso decir que el placer no es otra cosa que un proceso que se desarrolla en la sustancia gris del cerebro. ¿Acaso para conseguir semejante proceso merece la pena vivir, padecer, obrar? El profesor Viktor Frankl contesta: “imaginémonos a un condenado a muerte a quien horas antes de ser ejecutado se le deja en libertad de escoger los manjares para su última cena. Este desdichado se preguntaría, con toda seguridad, en la casi totalidad de los casos: ¿tiene acaso algún sentido esto de entregarse a los placeres culinarios a la hora misma de la muerte? ¿No es acaso indiferente, si el organismo se convierte dos horas más tarde en un cadáver, el haber disfrutado de aquel proceso en sus células cerebrales o no haber llegado a disfrutarlo? Pues bien, la vida del hombre se halla siempre a la vista de la muerte, y todo placer humano carecería de sentido ni más ni menos que en el caso del condenado a muerte”.
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